viernes, 28 de marzo de 2008

Conyugalia: Los costes sociales del descuido a la familia

“Los costes sociales del descuido a la familia”

El matrimonio y la familia en Gran Bretaña han caído de forma dramática en los últimos tiempos y una de las causas es la política del gobierno. Esta es la tesis de Patricia Morgan, en un estudio de política titulado: «The War between the State and the Family: How Government Divides and Impoverishes» (La Guerra entre el Estados y la Familia: Cómo el Gobierno Divide y Empobrece). El estudio ha sido publicado por el Institute of Economic Affairs de Londres http://www.iea.org.uk/


El número de matrimonios ha descendido de modo notable, mientras que la edad en que las parejas se casan ha subido y la proporción de nacimientos fuera del matrimonio ha aumentado en de un 8% en 1970 al 42%. Es verdad, admite Morgan, que cerca de una de cada cuatro mujeres con un hijo nacido fuera del matrimonio se casará en los ocho años siguientes. Pero un cuarto o más de los niños actualmente sólo tienen a un progenitor, que llevan adelante y crían a su descendencia en una o varias cohabitaciones.


Además, las cohabitaciones en las que nacen niños es más probable que no acaben en matrimonio, y en cambio sí que se disuelvan, si se compara con los matrimonios y las cohabitaciones sin hijos.


Además, Morgan sostiene que hay una tendencia en aumento en la proporción de relaciones de cohabitación que se disuelven en vez de acabar en matrimonio. Y, tras la ruptura, se tardan cerca de dos años en formar otra relación, que suele ser otra cohabitación.


Este declive del matrimonio es una tendencia preocupante, explica el estudio, dado el importante papel social de la vida familiar. No sólo porque el matrimonio lleva a cabo tareas sociales que no son fáciles de reemplazar por otras instituciones, sino también por los importantes lazos entre padres e hijos. Morgan apunta la importancia del matrimonio para los hombres, en términos de conectarlos con la comunidad y animar su responsabilidad personal.


Las familias monoparentales y el divorcio tienen también graves efectos negativos en los niños como se ha verificado por numerosos estudios, precisa Morgan. Los problemas incluyen resultados educativos peores, perspectivas laborales más bajas y peor salud.


A los adultos les va mejor estando casados. «A la gente casada le va mejor en términos de longevidad, salud mental y física, y sufre de niveles más bajos de violencia y adicciones», sostiene el estudio.


Costes sociales

La ruptura de la vida familiar ha llevado a un gran aumento en el gasto social del gobierno. Los gastos relacionados con el apoyo a los hijos han subido de 10.000 millones de libras (19.600 millones de dólares) al año en 1975 hasta los 22.000 millones (43.200 millones de dólares) en el 2003 (en precios del 2003). No menos de dos tercios de este aumento se debe al fuerte incremento de las familias monoparentales, según Morgan.


El problema con esto es que una suma desproporcionada ha ido a los hogares monoparentales. Las familias con los dos progenitores se han visto, de hecho, desalentadas económicamente por la combinación de pagos sociales y el sistema de impuestos. Así, el gobierno promueve una situación que favorece el aumento de las familias monoparentales, con los consiguientes efectos sociales negativos.


«Los activistas anti familia han intentado minar cualquier necesidad y apoyo económico, social y legal al matrimonio al lograr que cualquier privilegio concedido a las parejas casadas, incluyendo exenciones de impuestos, retiros, y reconocimiento se extienda a diversos tipos de hogares y relaciones», explica Morgan.


En muchos casos, las parejas con dos hijos estarían mejor económicamente si se separaran y la madre solicitara los beneficios sociales. Por ejemplo, si un padre está trabajando a tiempo completo por el salario mínimo, o con ingresos medios, a la pareja le irá peor viviendo juntos que si se separaran – por una suma de 260 libras (510 dólares) a la semana. Sólo cuando los ingresos conjuntos alcanzan las 50.000 libras (98.125 dólares) al año no hay pérdidas por seguir siendo una pareja.


Así una combinación de pagos en efectivo y un aumento notable en los beneficios sociales fuera del estado matrimonial son suficientes para hacer que se esfumen las razones económicas a la hora de formar un hogar conyugal.


Aunque el aumento de los hijos ilegítimos y la recesión en el matrimonio puede que no se deban simplemente a la economía, sería imprudente no hacer caso al factor económico que forma parte del ambiente en el que la gente toma decisiones sobre sus relaciones y sobre sus hijos. De hecho, muchas personas, admite Morgan, tendrán otras razones que podrían eliminar los factores económicos a la hora de decidir si se caso. «Pero sería absurdo no asumir que la gente cambia su comportamiento en respuesta a los costes y ventajas de diversas decisiones», observa.


El sistema de bienestar anima a las familias monoparentales especialmente cuando el potencial de ingresos del padre es relativamente débil. Hace esto de tres formas, explica Morgan. La primera, la balanza del sistema de impuestos y beneficios discrimina a las parejas, especialmente a las que tienen un solo progenitor que aporta ingresos. La segunda, puede animar a las madres solteras a tener hijos para obtener beneficios sociales y así mejorar su situación económica. La tercera, el sistema de beneficios puede traer condiciones al mercado laboral que conduzcan precisamente a que las parejas no tomen la decisión de casarse.


Impuestos en Irlanda

La política del gobierno con respecto a la familia en Irlanda también ha recibido críticas en un informe recién publicado por el Iona Institute de Dublín. En un estudio titulado «Tax Individualization: Time for a Critital Rethink» (La individualización de los impuestos: tiempo para un replanteamiento crítico), John Paul Byrne considera cómo los cambios en el sistema de impuestos hechos en 1999 han favorecido a las familias con ambos progenitores trabajando.


Por ejemplo, una pareja casada con hijos con sólo uno de los progenitores con ingresos puede pagar más de 6.240 libras (8.322 dólares) en impuestos cada año que una pareja con los dos trabajando e ingresos similares. La política adoptada está pensada par un régimen donde los impuestos son individuales, por lo que se ignora la interdependencia de los miembros de la familia.


Hay disponible un crédito para las familias en las que uno de los padres permanece en casa para cuidar a los hijos, pero poco hace por compensar el castigo impositivo, y este crédito no ha tenido en cuenta la inflación. «El actual sistema de impuestos impone un castigo impositivo eficaz a las parejas casadas con sólo un miembro con ingresos», concluye el estudio.


Entre otros motivos tras los cambios en el sistema de impuestos, Byrne sostiene que el gobierno busca empujar a las mujeres a la fuerza laboral para conseguir los objetivos fijados por la Unión Europea. «Si esto está en armonía con los deseos de las parejas», comenta, «es otra cuestión».


La familia en España

España es otro país donde ha recibido críticas la carencia de apoyo del gobierno a la familia. En enero el Instituto de Política Familiar publicaba un informe sobre la evolución de la familia en España.


El instituto citaba una serie de estadísticas que demostraban que España está a la cola en la lista de países de la Unión Europea en términos de ayuda económica del gobierno a las familias. Frente a una media del 2,1% del producto interior bruto dedicado a la familia en la Unión Europea, España dedica sólo el 0,5%. Italia es otro país con el gasto menor, que alcanza el 1% el PIB. Quizá no sea una coincidencia que tanto en Italia como en España las familias tengan muy pocos hijos.


Por ejemplo, una familia con dos hijos recibe 308 euros (411 dólares) al mes en ayudas económicas en Alemania, pero sólo 49 euros (65 dólares) en España. El informe también acusaba al gobierno español de políticas impositivas discriminatorias que penalizan a las familias con hijos.


Benedicto XVI expresaba recientemente su preocupación por el estado de la familia en Europa. Así se lo expresó en su discurso del 24 de marzo a los participantes en un congreso organizado con ocasión del 50 aniversario de la firma de los tratados de Roma.


Desde el punto de vista demográfico, comentaba el Papa, Europa parece haber emprendido un camino que la podría llevar a despedirse de la historia. Es cierto que las políticas de los gobiernos son sólo un factor entre otros que influye en la vida familiar en Europa, pero en algunos países hay pocas ayudas para lo que es uno de los pilares de la sociedad.

Mas información: conyugalia@hotmail.com

domingo, 23 de marzo de 2008

Conyugalia: Nuevas Terapias, remedios "caseros" y consejos profesionales

Nuevas terapias, remedios ‘caseros’ y consejos profesionales

Resuelve tus conflictos conyugales

En http://mujer.terra.es/muj/articulo/html/mu212484.htm

Si os encontráis en un laberinto de conflictos del cual no sabéis salir, antes de rendiros y atajar por el camino de la separación, os mostramos una serie de terapias diferentes que os iluminarán para hallar la solución a esos problemas que no os dejan avanzar.

Según las estadísticas, los casados viven más y con mayor calidad de vida…, si no hay conflictos conyugales. Los problemas familiares potencian ciertas enfermedades mentales como la depresión o la violencia; debilitan el sistema inmunológico y cardiovascular; hasta, incluso, son causa de numerosos accidentes, tanto caseros como de tráfico. Además, afectan al comportamiento de los hijos.

Si aún existe el amor entre vosotros, y no queréis acabar con vuestra salud y la de toda vuestra familia, la solución pasa por buscar el método más adecuado para sacar a flote la relación, recuperando el esplendor de tiempos pasados.

Cuando no basta el amor

Ni sois los primeros ni los últimos que estáis atravesando una crisis. La convivencia provoca roces entre ambas partes. Pero cuando estos roces son continuos y generan falta de comunicación o posiciones distantes, es cuando se puede hablar de un problema de pareja.

Podemos estar tentados de disfrazar esta situación bajo la justificación habitual del estrés provocado por jornadas laborales interminables, el trabajo en casa o la presión del cuidado y educación de los hijos. Pero, a veces, simplemente es una cuestión no saber querer.

La capacidad de comunicarse para superar las dificultades diarias se convierte en el pilar de cualquier convivencia. Pero, ¿cómo conseguir un diálogo fluido cuando un muro de incomunicación os separa?

No existe una receta mágica para resolver los conflictos conyugales, pero sí distintos métodos que os pueden ayudar. Aquí te mostramos algunos de ellos.

Si los problemas no afectan a los pilares de la relación, podéis resolverlo dando estos pasos

Remedios 'de andar por casa'

Si después de tantos años de convivencia seguís sin entenderos; si antes las discusiones eran meros episodios pero ahora se están convirtiendo en una auténtica novela por entregas. Paraos un momento a analizar qué está pasando. Estos incidentes y diferencias, aunque últimamente sean algo habitual en vuestras vidas, no tienen por qué significar que vuestra relación esté haciendo aguas. Muchas parejas atraviesan periodos de conflicto sano que potencian la relación.

Si los problemas no afectan a los pilares de la convivencia, como el amor o el respeto, cualquier pareja tiene en su mano los suficientes recursos para poder resolverlos. Para ello hay que seguir los siguientes pasos:

1. Reconocer el problema. En general, los conflictos conyugales se desarrollan en cuatro áreas diferentes: el poder, la intimidad, la sexualidad y la comunicación. Identificar dónde se están produciendo vuestras desavenencias será la clave para poder llegar a un consenso.

2. Intención de resolver el problema. Para que esta terapia doméstica obtenga buen resultado, ambos tenéis que tener predisposición e interés por resolver lo que os está perturbando la convivencia.

3. Aprender a negociar. La principal herramienta para la resolución de conflictos es la comunicación. Si en principio ésta es poco fluida, podéis anotar en un papel lo que os molesta, argumentando vuestros razonamientos. Tomaos un tiempo para analizar el punto de vista del otro. Ahora sólo queda realizar el esfuerzo del acercamiento. Recordad que todos somos distintos y que los conflictos se producen por ideas incompatibles sobre un mismo tema. La clave está en el consenso y la negociación.

Lo que se debe evitar: menospreciar el trabajo del cónyuge, descalificar las opiniones contrarias, sacar a colación discrepancias o malas actuaciones del pasado, criticar o burlarse de los sentimientos de la pareja.

Literatura de apoyo

¿Como puedo entenderte? Claves para recuperar la comunicación en la pareja. Terrence Real, prólogo de Antonio Bolinches. Ediciones Urano
Prevención de los conflictos de pareja. Aproximación profunda y accesible a las dinámicas y conflictos de la relación en pareja. José Díaz Morfa. Editorial Desclee De Brouwer.
¿Hacemos las paces? Una forma eficaz de resolver conflictos. Laura García. Ediciones Temas de Hoy.
Con el amor no basta. Cómo superar malentendidos, resolver conflictos y enfrentarse a los problemas de la pareja. Aaron T. Beck. Editorial Paidos

La figura del mediador

Si no podéis llegar a un acuerdo por vuestros propios medios, lo mejor es que solicitéis la ayuda de un experto. Es la última oportunidad que tenéis para poder salvar la relación.

Quizá os pueda asustar la idea de que alguien ajeno pueda inmiscuirse en vuestros problemas, pero él simplemente os orientará sobre la forma de modificar vuestra conducta negativa mediante técnicas de suplantación de percepciones y mejora en la comunicación. Para que os resulte algo menos violento, lo podéis considerar, simplemente, como árbitro imparcial entre dos partes enfrentadas.

El mediador os diseñará un proceso a medida de reeducación, indagando entre las distintas opciones, para seleccionar aquellas que os ayuden a facilitar el diálogo, evitando generar malos entendidos.

El resultado dependerá del momento en que os encontréis y la predisposición a solucionarlo. Si el conflicto es alto pero existe un deseo por ambas partes de solucionarlo, el mediador os enseñará el camino para hacerlo. Pero si la relación ha degenerado en exceso, será muy difícil que el experto consiga llegar a un consenso apto sobre el que cimentar el futuro de la pareja.

Perfil de un buen mediador

Médico especialista en Terapia Conyugal, Psicólogo, Experto en relaciones interpersonales, habilidades de comunicación, manejo del conflicto, técnicas de negociación y solución de problemas. Pero también, originalidad, actitud conciliadora, autocontrol, sentido del humor y espontaneidad. Y no estaría de más que tuviera ciertos conocimientos sobre derechos de pareja.

Los resultados en número. Alrededor del 85% de las parejas que acuden a terapia, informan de una mejora en la satisfacción matrimonial.


Conyugalia: La desconfianza

LA DESCONFIANZA

Este elemento puede minar las bases del matrimonio.

Aquilino Polaino-Lorente; en http://www.hacerfamilia.net [Revista Nº 53]


El lado humano de la desconfianza

La desconfianza admite muchos grados, por lo que no podemos hablar de ella en términos de "todo o nada". Hay numerosos contenidos -acaso demasiados en la vida conyugal- que, sin duda alguna, pueden ser objeto de desconfianza.

Así, por ejemplo, una esposa puede desconfiar de su marido, en lo que respecta al tema afectivo -especialmente, en lo que se refiere al modo como éste le comunica sus sentimientos-, y ser muy confiada, en cambio, en lo relativo al uso del dinero.

Un esposo, en cambio, puede confiar en su mujer en todo lo relativo a los temas profesionales y, tal vez, ser un poquito desconfiado o suspicaz en lo que se refiere al ámbito sentimental y, en consecuencia, no abrirse por completo a ella, "no sea que -eso piensa él- al manifestarle todo lo que se acuna en su corazón, su mujer le tenga todavía más controlado".

Recordemos, en este punto, lo que manifestaba aquel esposo en una sesión de terapia:

-"¿Decirle un marido a su mujer todo lo que siente por ella...? Eso nunca, jamás. Mire usted: entrega sí; entreguismos no".

Actitudes como esta, a la que se acaba de hacer referencia, suelen comenzar ya en el noviazgo y, luego, no hay quién las cambie. Acaso porque se consolidan y llegan a formar parte de ese "humus" cultural y ancestral que, inadvertidamente, constituyen un poso, consistente y estable, en la intimidad de la persona.

Desconfianza y satisfacción conyugal

En principio, las mutuas suspicacias y/o desconfianzas no constituyen manifestaciones estrictamente psicopatológicas, sino que más bien son los efectos, las consecuencias que debieran ser atribuidas a ciertas variables actitudinales, disposicionales, de la educación, etcétera.

Sería conveniente por eso que, a propósito de la desconfianza, distinguiéramos entre sus diversos contenidos. No tiene la misma incidencia en la satisfacción de la pareja el que uno o ambos cónyuges desconfíe del otro en temas de tipo político, religioso, afectivo o en lo que respecta a sus fidelidades respectivas y/o la educación de los hijos.

En el fondo, las actitudes de desconfianza son tan antiguas como el mismo hombre. Si, por ejemplo, estudiáramos las relaciones entre el hombre y Dios, en lo que atañe a la confianza, se observaría que prácticamente todos los hombres han sido, son y serán más o menos desconfiados con respecto a Dios. Por eso es relativamente comprensible la desconfianza conyugal, con independencia de que sea muy intenso y radical el amor que une a los cónyuges.

Es muy conveniente -también aquí-, no escandalizarse de nada, ni siquiera cuando la desconfianza emerge, se pone de manifiesto, y amenaza con anegar la fluidez, espontaneidad y naturalidad de las relaciones conyugales. Así es la condición humana.

Pero es muy conveniente dilucidar, entonces, si la desconfianza es normal o patológica, si afecta o no al núcleo mismo del compromiso conyugal, si está relativamente puesta en razón o no, si puede atenuarse a través de algún sencillo procedimiento. Es decir, hay que ocuparse de la desconfianza, antes de que ésta se mude en suspicacia, recelo o/y resentimiento.

De la desconfianza a la incomunicación

La desconfianza genera incomunicación. ¿Por qué? Porque aquello en que la confianza se restringe o limita no se participa ni comunica al otro. Lo que no se ha comunicado deviene luego en un "secreto", en una barrera que diferencia y separa, algo en lo que, obviamente, se discrepa con harta probabilidad. Lo que sirve a la discrepancia, contribuye a la desunión.

En cuanto aparece la desconfianza respecto de ciertos temas, suele rehusarse hablar de ellos. De este modo, hay conversaciones que a toda costa se escamotearán y evitarán. Todo lo cual incomunica, separa, desune y aisla.

Terapia conyugal de la desconfianza

Ante la desconfianza conyugal, hay que ser muy prudentes. Hay psicoterapeutas, muy intervencionistas, que apenas identifican una "bolsa" de desconfianza entre los cónyuges, por medio de su palabra, entran en ella como una perforadora, y tal vez acaben por destrozar ese matrimonio, hasta ese momento compensado aunque un tanto maltrecho.

Si no se actúa con mucha prudencia -tanteando, volviendo atrás, corrigiendo, cambiando, animando, abriendo nuevas expectativas y posibilidades-, el afrontamiento terapéutico de la desconfianza puede arruinar de forma definitiva, las relaciones conyugales.

Así, por ejemplo, que un tercero -el terapeuta- descubra a un marido que su mujer desconfía de él en lo económico, tal vez condicione el que éste monte en cólera y le retire su confianza en otros numerosos ámbitos de sus relaciones.

De otro lado, puede pensar que se ha producido una nueva alianza entre su mujer y el terapeuta: una alianza contra él. Por lo que se dedicará a sabotear las siguientes sesiones de psicoterapia y, al fin, ésta no servirá para nada. Más probable todavía es que el esposo no comparezca nunca más en la consulta. Por todo ello, hay que ser muy cautos aunque, cuanto mayor sea la confianza entre los cónyuges, tanto mejor.

Esto último, obviamente, no es fácil. Hay numerosas y diversas circunstancias que explican las naturales dificultades que encuentran los cónyuges para comunicarse y compartir sus vidas en un contexto presidido por la confianza. Entre ellas, porque no todos se conocen a sí mismos como debieran -y si no se tienen a ellos mismos por el conocimiento personal, no se podrán dar al otro-; porque no siempre el cónyuge sabe lo que el otro quiere -y, en consecuencia, no acierta a comunicarse con él, tal y como el otro desea-; y, por último, porque cada persona dispone de tal riqueza en su interioridad, que no toda ella es comunicable y compartible. Es decir, no disponemos del vocabulario, que sería necesario, para trasladarla al otro, en toda su prístina singularidad.

Esto no debiera causar extrañezas en el otro y, mucho menos, generar en él una cierta desconfianza. Es menester admitir -también aquí, en las relaciones conyugales- el misterio que caracteriza a la condición humana.

La prevención de la desconfianza en la comunicación conyugal

La desconfianza entre los cónyuges, qué duda cabe, puede también prevenirse. Aunque es muy conveniente identificar la causa de ella, esto no siempre es posible.

Así, por ejemplo, hay personas que sin estar enfermas, les cuesta mucho abrir su intimidad a los otros, por lo que reciben más que dan. Hasta cierto punto, podría etiquetárseles de "tomantes". Son personas que parecen estar siempre dispuestas a acoger la donación de la otra persona -cosa que aceptan de muy buen grado-, sin que apenas correspondan a ella.

En otros, su dificultad reside más bien en el estilo de educación familiar recibido. En su familia de origen no solían expresarse las emociones como hubiera sido debido y, en consecuencia, la comunicación entre ellos fue muy pobre. De aquí que ahora les cueste un especial esfuerzo comunicarse, no sepan cómo hacerlo y se azoren cuando se les hace notar sus dificultades y prolongados silencios.

Hay personas en las que la dificultad que experimentan para confiar en los demás esta entroncada en el modo cómo llevaron a cabo las primeras relaciones (el apego) con sus padres. Si éstos, por ejemplo, no confiaron en ellas ni les afirmaron en su autoestima los valores de que realmente disponían-, sino que, por el contrario, sólo les descalificaron y etiquetaron de acuerdo con los contenidos de sus defectos, es lógico que luego desconfíen de los demás.

La confiabilidad o desconfianza en los demás también tiene mucho que ver con el tipo de temperamento y el modo de ser. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con las personas introvertidas, a las que tanto les cuesta desvelar su intimidad a no ser de forma muy excepcional con las personas en quienes confían. Pero ello, en modo alguno significa que no dispongan de profundas e intensas vivencias afectivas que, de darse en otra manera de ser, de seguro compartirían con los otros.

En otras personas, la desconfianza tiene su origen en el cálculo. Las personas calculadoras se comportan según el viejo principio romano de do ut des, "doy para que me den". Y si no le dan, ellas no se dan. En ellas la confianza es apenas el resultado de un laborioso y prolongado proceso de cálculo económico. Por eso tampoco saben amar o, por mejor decir, su amor es un amor matemático, un amor estadístico.

Cómo crece la confianza

En las líneas que siguen se sugieren algunos modos de comportamiento que pueden contribuir a aliviar estas graves amenazas a la comunicación conyugal:

La confianza con una persona no se adquiere de una vez por todas y para siempre. De ordinario, emerge según un proceso gradual, de menos a más. Por eso, es muy conveniente que entre los cónyuges haya un mínimo de comunicación, sin la que aquella es imposible.

La interioridad no se traslada, en apenas un instante y en toda su plenitud, de una a otra persona. La transferencia de un cónyuge a otro, de los contenidos que atañen a la intimidad, está amasada de pequeñas noticias, de anécdotas, pequeñeces, ilusiones, etcétera, que, más tarde se paladean y rememoran y, sobre todo, incrementan la confianza que presidirá el próximo encuentro entre ellos.

Gran parte de lo que se comunica, se comparte. Compartir es ya un buen procedimiento para aumentar la con-fianza entre los cónyuges. De igual modo, lo que no se comparte aumenta la suspicacia y el recelo.

El tejerse y destejerse de la comunicación conyugal está hecho de pequeñas y grandes confidencias, cual-quiera que fuere el contenido de éstas. Lo que en verdad aumentará la con-fianza entre ellos es esa especial facilidad para poner en común lo que de forma espontánea tenderían a reservarse cada uno para sí.

Esto en modo alguno quiere decir que, en contadas ocasiones, no haya que hacer un especial esfuerzo para decir algo. Puede ocurrir esto a propósito de la manifestación al otro de uno de sus principales defectos o del último error que ha cometido; cuando hay mucha discrepancia en las opiniones sostenidas por uno y otra en un tema importante (por ejemplo, la educación de los hijos); o de algo excepcionalmente grave que ha de comunicarse (un fracaso profesional importante).

Cómo crece la desconfianza

La suspicacia conyugal se acrece, cuando uno de los cónyuges manifiesta en público sucesos de la vida en común que aunque no sean de una especial relevancia, no obstante, pertenecen a la intimidad de uno de los cónyuges o a las relaciones habidas entre ellos.

De igual modo, la desconfianza se incrementa cuando, por ejemplo, uno de los cónyuges comenta algo al otro y le pide la natural discreción que esa información exige. Y, acaso unos días mas tarde, los contenidos comunicados son desvelados por quien, precisamente, debía haberlos custodiado.

La confianza fundamenta la cohesión familiar y vigoriza la unidad conyugal. Sin confianza no puede darse la unión entre los cónyuges y sin ésta el diálogo esponsal se desvirtúa.

No es verdad aquello que dice el refrán castellano de que "allí donde hay confianza, da asco". Y, no lo es, porque allí donde no se da la confianza se formaliza la convivencia, como si marido y mujer fueran dos extraños, lo que constituye una repugnancia natural que rutiniza las relaciones familiares y que puede llegar a extinguir o abolir la convivencia entre ellos.