jueves, 2 de octubre de 2008

Conyugalia: ¿Vale la pena casarse?

¿Vale la pena casarse?

Autor: Tomás Melendo en www.arvo.net

Bastantes jóvenes aseguran hoy que no ven razón alguna para contraer matrimonio. Se quieren, y en ello encuentran una justificación sobrada para vivir juntos. Estimo que están equivocados, pero los comprendo perfectamente.

Y es que las leyes y los usos sociales han arrebatado al matrimonio todo su sentido:

La admisión del divorcio elimina la seguridad de que se luchará por mantener el vínculo, la aceptación social de «devaneos» extramatrimoniales suprime la exigencia de fidelidad y, la difusión de contraceptivos desprovee de relevancia y valor a los hijos.

¿Qué queda, entonces, de la grandeza de la unión conyugal?, ¿qué de la arriesgada aventura que siempre ha sido?, ¿con qué objeto «pasar por la iglesia o por el juzgado»? Vistas así las cosas, a quienes sostienen la absoluta primacía del amor habría que comenzar por darles la razón... para después hacerles ver algo de capital importancia: que es imposible quererse bien, a fondo, sin estar casados.

Hacerse capaz de amar

Aunque pueda suscitar cierto estupor, lo que acabo de sostener no es nada extraño. En todos los ámbitos de la vida humana hay que aprender y capacitarse. ¿Por qué no en el del amor, que es a la par la más gratificante y difícil de nuestras actividades? Jacinto Benavente afirmaba que «el amor tiene que ir a la escuela». Y es cierto. Para poder querer de veras hay que ejercitarse, igual que, por ejemplo, hay que templar los músculos para ser un buen atleta.

Pues bien, la boda capacita para amar de una manera real y efectiva. Nuestra cultura no acaba de entender el matrimonio: lo contempla como una ceremonia, un contrato, un compromiso... Algo que, sin ser falso, resulta demasiado pobre.

En su esencia más íntima, la boda constituye una expresión exquisita de libertad y amor. El sí es un acto profundísimo, inigualable, por el que dos personas se entregan plenamente y deciden amarse de por vida. Es amor de amores: amor sublime que me permite «amar bien», como decían nuestros clásicos: fortalece mi voluntad y la habilita para querer a otro nivel; sitúa el amor recíproco en una esfera más alta. Por eso, si no me caso, si excluyo ese acto de donación total, estaré imposibilitado para querer de veras a mi cónyuge: como quien no se entrena o no aprende un idioma resulta incapaz de hablarlo.

A su joven esposa, que le había escrito: « ¿Me olvidarás a mí, que soy una provincianita, entre tus princesas y embajadoras?», Bizmara le respondió: « ¿Olvidas que te he desposado para amarte?». Estas palabras encierran una intuición profunda: el «para amarte» no indica una simple decisión de futuro, incluso inamovible; equivale, en fin de cuentas, a «para poderte amar» con un querer auténtico, supremo, definitivo.

Casarse o «convivir»

No se trata de teorías. Cuanto acabo de exponer tiene claras manifestaciones en el ámbito psicológico. El ser humano sólo es feliz cuando se empeña en algo grande, que efectivamente compense el esfuerzo. Y lo más impresionante que un varón o una mujer pueden hacer es amar. Vale la pena dedicar toda la vida a amar cada vez mejor y más intensamente. En realidad, es lo único que merece nuestra dedicación: todo lo demás, todo, debería ser tan sólo un medio para conseguirlo.

Pues bien, cuando me caso establezco las condiciones para consagrarme sin reservas a la tarea de amar. Por el contrario, si simplemente vivimos juntos, y aunque no sea consciente de ello, todo el esfuerzo tendré que dirigirlo, a «defender las posiciones» alcanzadas, a no «perder lo ganado».

Todo, entonces, se torna inseguro: la relación puede romperse en cualquier momento. No tengo certeza de que el otro se va a esforzar seriamente en quererme y superar los roces y conflictos del trato cotidiano: ¿por qué habría de hacerlo yo? No puedo bajar la guardia, mostrarme de verdad como soy... no sea que mi pareja advierta defectos «insufribles» y decida no seguir adelante.

Ante las dificultades que por fuerza han de surgir, la tentación de abandonar la empresa se presenta muy cercana, puesto que nada impide esa deserción...

En resumen, la simple convivencia sin entrega definitiva crea un clima en el que la finalidad fundamental y entusiasmante del matrimonio —hacer crecer y madurar el amor y, con él, la felicidad— se ve muy comprometida.

¿Amor o «papeles»?

Todo lo cual parece avalar la afirmación de que «lo importante» es quererse. Me parece correcto. El amor es efectivamente lo importante. No hay que tener miedo a esta idea. Pero ya he explicado que no puede haber amor cabal sin donación mutua y exclusiva, sin casarse. Los papeles, el reconocimiento social, no son de ningún modo lo importante... pero, en cuanto confirmación externa de la mutua entrega, resultan imprescindibles.

¿Por qué?

Desde el punto de vista social, porque mi matrimonio tiene repercusiones civiles claras: la familia es -¡debería ser!- la clave del ordenamiento jurídico y el fundamento de la salud de una sociedad: es indispensable, por tanto, que se sepa que otra persona y yo hemos decidido cambiar de estado y constituir una familia.

Pero, sobre todo, la dimensión pública del matrimonio -ceremonia religiosa y civil, fiesta con familiares y amigos, participaciones del acontecimiento, anuncio en los medios si es el caso, etc.- deriva de la enorme relevancia que lo que están llevando a cabo tiene para los cónyuges.

Si eso va a cambiar radicalmente mi vida para mejor, si me va a permitir algo que es una auténtica y maravillosa aventura... me gustará que quede constancia: igual que anuncio con bombo y platillo las restantes buenas noticias. Igual, no. Mucho más, porque no hay nada comparable a casarse: me pone en una situación inigualable para crecer interiormente, para ser mejor persona y alcanzar así la felicidad. ¿Cómo no pregonar, entonces, mi alegría?

¿Anticipar el futuro?

Es verdad que, a la vista de lo expuesto, bastantes se preguntan: ¿cómo puedo yo comprometerme a algo para toda la vida, si no sé lo que ésta me deparará?, ¿cómo puedo estar seguro de que elijo bien a mi pareja?

A todos ellos les diría, antes que nada, que para eso esta el noviazgo: un período imprescindible, que ofrece la oportunidad de conocerse mutuamente y empezar a entrever cómo se desarrollará la vida en común.

Después, si soy como debo ya sé bastante de lo que pasará cuando me case: sé, en concreto, que voy a poner toda la carne en el asador para querer a la otra persona y procurar que sea muy feliz. Y si ese propósito es serio, será compartido por el futuro cónyuge: el amor llama al amor. Podemos, por tanto, tener la certeza de que vamos a intentarlo por todos los medios. Y entonces es muy difícil que el matrimonio fracase.

Observar y reflexionar

Ciertamente, esa decisión radical de entrega no basta para dar un paso de tanta trascendencia. Hay que considerar también algunos rasgos del futuro cónyuge. Por ejemplo, si «me veo» viviendo durante el resto de mis días con aquella persona; también, y antes, cómo actúa en su trabajo, trata a su familia, a sus amigos; si sabe controlar sus impulsos sexuales (porque, de lo contrario, nadie me asegura que será capaz de hacerlo cuando estemos casados y se encapriche con otro u otra); si me gustaría que mis hijos se parecieran a él o a ella... porque de hecho, lo quiera o no, se van a parecer; si sabe estar más pendiente de mi bien (y del suyo) que de sus antojos...

En definitiva, atender más a lo que es; después, a lo que efectivamente hace, a cómo se comporta; y en tercer lugar, a lo que dice o promete, que sólo tendrá valor cuando concuerde con su conducta.

Relaciones anti-matrimoniales

Y aquí suele plantearse una de las cuestiones más decisivas y sobre las que impera una mayor confusión. La necesidad de conocerse, de saber si uno y otra congenian, ¿no aconseja vivir un tiempo juntos, con todo lo que esto implica?

Se trata de un asunto muy estudiado y sobre el que cada vez se va arrojando una luz más clara. Un buen resumen del status quaestionis sería el que sigue: está estadísticamente comprobado que la convivencia a que acabo de aludir nunca -¡nunca!- produce efectos beneficiosos. Por ejemplo: a) los divorcios son mucho más frecuentes entre quienes han convivido antes de contraer matrimonio; b) las actitudes de los jóvenes que empiezan a tener trato íntimo empeoran notablemente y a ojos vista... desde ese mismo momento: se tornan más posesivos, más celosos y controladores, más desconfiados e irritables...

La causa, aunque profunda, no es difícil de intuir. El cuerpo humano es, en el sentido más hondo de la palabra, personal; y quizá muy especialmente sus dimensiones sexuales. En consecuencia, la sexualidad sólo sabe hablar un idioma: el de la entrega plena y definitiva.

Mas en las circunstancias que estamos considerando esa total disponibilidad resulta contradicha por el corazón y la cabeza, que, con mayor o menor conciencia, la rechazan, al evitar un compromiso de por vida. Surge así una ruptura interior en cada uno de los novios, que se manifiesta psíquicamente por un obsesivo y angustioso afán de seguridad, cortejado de recelos, temores, suspicacias... que acaban por envenenar la vida en común.

De ahí que a este tipo de relaciones, en contra del uso habitual, prefiera llamarlas «anti-matrimoniales».

Para conocerse de veras

Por otro lado, resulta ingenua la pretensión de decidir la viabilidad de un matrimonio por la «capacidad sexual» de sus componentes: ¡como si toda una vida en común dependiera o pudiera sustentarse en unos actos que, en condiciones normales, suman unos pocos minutos a la semana!

Pero es que la mejor manera de conocer a nuestro futuro cónyuge en ese ámbito consiste, como antes sugería, en observarlo en los demás aspectos de su vida, y tal vez principalmente en los no se relacionan directamente con nosotros: reflexionar sobre el modo cómo se comporta en su familia, en el trabajo o estudio, con sus amigos o conocidos.

Si en esas circunstancias es generoso, afable, paciente, servicial, tierno, desprendido..., puede asegurarse, sin temor al engaño, que a la larga esa será su actitud en las relaciones íntimas. Mientras que la «comprobación directa», e incluso la forma de tratarnos, por responder a una situación claramente «excepcional» -el noviazgo- no sólo no proporciona datos fiables sobre su vida futura, sino que en muchos casos más bien los enmascara.

¿Probar a las personas?

Pero se puede ir más al fondo: no es serio ni honrado «probar» a las personas, como si se tratara de caballos, de coches o de ordenadores. A las personas se las respeta, se las venera, se las ama; por ellas arriesga uno la vida, «se juega -como decía Marañón- a cara o cruz, el porvenir del propio corazón».

Además, la desconfianza que implica el ponerlas a prueba no sólo crea un permanente estado de tensión difícil de soportar, sino que se opone frontalmente al amor incondicionado que está en la base de cualquier buen matrimonio.

A lo que cabe añadir otro motivo, todavía más determinante: no se puede (es materialmente imposible, aunque parezca lo contrario) hacer esa prueba, porque la boda cambia muy profundamente a los novios; no sólo desde el punto de vista psicológico, al que ya me he referido, sino en su mismo ser: los modifica hondamente, los transforma en esposos, les permite amar de veras: ¡antes no es posible hacerlo!, como ya apunté.

Pero esta es una cuestión de tanta trascendencia que quizá merezca, íntegro, un nuevo escrito.

Tomás Melendo es Catedrático de Filosofía en la Universidad de Málaga y Director del Master de Familia de la Universidad de Málaga.

martes, 30 de septiembre de 2008

Conyugalia: El atrevido modelo de Sarah Palin

El atrevido modelo de Sarah Palin

La presencia de Sarah Palin en el tramo final de las elecciones presidenciales americanas podría alegrar a todos los que consideran que la mujer debe aspirar a los puestos más altos. Su trayectoria encaja en el tipo de triunfadora que compatibiliza familia y trabajo profesional exitoso, de esas que se ponen como modelo en las revistas de “Mujer hoy”. Sin embargo, a algunos y algunas se les ha atragantado antes de que tome la salida en la carrera. Y no es porque sea republicana, que eso hasta se le podría perdonar. ¡Pero es que esta señora es realmente provocativa!


Estamos acostumbrados a que una política de altos vuelos se conforme con tener uno o dos hijos. O, si el reloj biológico apremia y no ha logrado el voto incondicional de un marido, que tenga gemelos en solitario por inseminación artificial. Hasta es un signo de modernidad.


No vamos a pedir tanto, tratándose de las elecciones americanas. ¡Pero de ahí a tener cinco hijos! El Sierra Club tendría que decirle algo sobre las agotadas ubres de la Madre Tierra. Y además los tiene con el mismo marido, ni siquiera una descendencia mezclada al estilo Sarkozy que tanto se lleva.


Por si fuera poco, ha aceptado a sus 44 años tener un hijo con síndrome de Down, esa especie cuya extinción no le preocupa ni a Greenpeace y cuya veda está permanentemente abierta en las clínicas abortistas. Y es que Sarah Palin es “pro life”, tanto en la vida política como cuando juega en casa. Está lejos de ese tipo de político del “estoy personalmente en contra del aborto, pero...” Así que Palin desmiente el tópico de que rechazar el aborto es ir contra los derechos de las mujeres.


Puesta a romper estereotipos, no responde tampoco al de madre de familia ocupada solo en casa. Desde los 28 años está en la vida política, y el tener cuatro hijos en 2006 no le impidió llegar a gobernadora de Alaska a los 42 años: fue la primera mujer y la persona más joven en ocupar el cargo. En fin, que es una señora que va a por todas. Y en estos tiempos en que se pone como modelo a la mujer que no se arredra ante metas altas, puede caer bien.


¿Podrá con todo?


Curiosamente, las primeras críticas le han llegado no tanto por su competencia política como por asuntos familiares. Con cinco hijos (entre 19 años y 4 meses), ¿podrá con todo? De repente, gente que considera imprescindible que la mujer no deje el trabajo por el hogar, insinúa o dice claramente que la gobernadora está poniendo su carrera por delante de su familia. Un niño con síndrome de Down exige mucha atención, dicen (desde luego, si lo hubiera abortado estaría mucho más libre). Pero, a juzgar por la trayectoria política y familiar de Palin, da la impresión de que hasta el momento ha sabido compatibilizar bastante bien la atención al votante y a su familia. Quizá sea una de esas madres activas y organizadas, capaces de llevar adelante una familia de cinco hijos, algo que solo de pensarlo abruma a las que se sienten ya agobiadas con uno.


Palin parece tener algunos de los mejores rasgos de una mujer moderna: fuerte, independiente, trabajadora y absolutamente femenina. Por eso es llamativo que algunas hayan dicho que pone en riesgo la imagen de la mujer trabajadora de hoy. “Hay preocupación entre las madres trabajadores de ambos partidos porque lo que haga ella en la campaña presidencial puede reflejar la capacidad del conjunto de las madres que trabajan”, asegura Cindi Leive, editora de Glamour y madre de dos hijos. Por lo visto no le parece glamuroso el modelo Palin. Por la misma razón podría decir que si Obama no lo hace bien puede desacreditar a todos los afroamericanos.


Hasta el hecho de que su hija de 17 años esté embarazada y vaya a tener el hijo se ha utilizado en clave política, como si fuera contradictorio con su postura pro familia. Pero si su hija Bristol contribuye a aumentar la estadística de embarazos de adolescentes, por lo menos no va a incrementar el de abortos adolescentes, y sus padres han dicho que sabrán acoger también a este nieto inesperado que su hija desea tener.


Para colmo de iconoclastia, Sarah Palin es una mujer de principios religiosos, una mezcla de evangélica y pentecostal. Es este uno de los sectores más dinámicos y de mayor crecimiento en el panorama religioso americano, quizá porque es de los que menos se acomodan a la “religiosidad light”.


La suma de estos factores tampoco la acredita necesariamente como una Margaret Thatcher. Es lógico que sus adversarios la critiquen por su corta carrera política, su inexperiencia de las cuestiones internacionales, su visión de la guerra de Irak... Los dos meses de campaña podrán clarificar más su peso político. Pero habría que dejar al margen los asuntos de su familia.


Por lo menos, su designación como candidata habrá servido para hacer ver que en la pasarela pública no se lleva solo el tipo de mujer políticamente correcta, y que hay sitio para modelos más atrevidos.

martes, 5 de agosto de 2008

Conyugalia: Vacaciones familiares en compañía del gran cine

Vacaciones familiares en compañía del gran cine

Roma. El cine en las vacaciones veraniegas es a veces el último recurso para tener entretenidos a los niños en un día lluvioso. Algo muy distinto es plantearse una semana de vacaciones familiares en compañía de un cine enriquecedor y de profesionales que hablan de sus creaciones. Esto es lo que ha tenido lugar en la ciudad italiana de Fiuggi (Lazio) del 28 de Julio al 3 de Agosto con la primera edición del Fiuggi Family Festival, un evento diseñado como unas vacaciones inteligentes y altamente estimulantes.

Firmado por Reynaldo Gustavo Rivera en www.aceprensa.com
Fecha: 4 Agosto 2008

Consciente de que muchos éxitos cinematográficos de los últimos años son las películas destinadas al público familiar, el Foro de Asociaciones Familiares y otras organizaciones colaboradoras (entre ellas InterMedia Consulting) crearon un encuentro internacional que ha ofrecido a las familias la posibilidad de conocer excelentes producciones no distribuidas hasta el momento en Italia.

Los organizadores se propusieron mostrar que el entretenimiento para familias es verdaderamente de “Primera Clase”. También hicieron énfasis en que las familias esperan productos multiplataforma (después del verano lanzarán un “FamilyTube”, sitio a través del cual distribuirán contenidos que favorecen los valores familiares). Asimismo destacaron que los jóvenes creadores quieren ser protagonistas, pero para ello necesitan mayor libertad. No es inusual que las grandes distribuidoras rechacen proyectos con valores. Así lo manifestó el famoso director de cine italiano, Pupi Avati.

Ideado como un foro que permitió relacionar profesionales y familias, el Fiuggi Family Festival asoció actividades de entretenimiento familiar con conferencias y proyección películas.

El Programa tuvo cuatro actividades básicas:

  • En primer lugar, la proyección de estrenos internacionales destinados al público familiar. El momento de mayor impacto fue la presentación de Las Crónicas de Narnia: El príncipe Caspian.
  • En segundo lugar, el Festival incluyó un concurso internacional con películas que son novedades en Italia. Entre ellas, Mil años de oración (de Wayne Wang, China), Mía Sarah (de Gustavo Ron, España), Greater – Vincere l’Aids (documental italiano, vencedor de un premio especial en Cannes, sobre la lucha contra el sida en Uganda,), Bella (de Alejandro Gómez Monteverde, EE.UU.), Forever the Moment (Corea). De esta manera, distribuidores de cine pudieron ver buenas películas que aún no han sido comercializadas en el país.
  • La tercera actividad fue la proyección de películas divertidas, aptas para toda la familia, fundamentalmente de Pixar (Buscando a Nemo, Los Increíbles, etc.).
  • Finalmente, las jornadas fueron enriquecidas con conferencias y debates con conocidos intelectuales que afrontaron temas relacionados con la familia, el arte y la comunicación. Entre los ponentes estaban Higinio Straffi, creador del éxito internacional Winx, y Ettore Bernabei, Presidente de la Lux Vide (Don Mateo, San Pedro, Teresa de Calcuta, Guerra y paz, etc.).

Para los más pequeños hubo animaciones, juegos y un “parque temático” ambientado en las Crónicas de Narnia.

La ciudad de Fiuggi ofreció su completo apoyo a través de “paquetes familiares” particularmente convenientes para las habitaciones de hotel. La misma organización del Festival fue family-friendly: el abono para acceder a todas las proyecciones y actividades fue de 45 euros para toda la familia, cualquiera que fuese el número de miembros.

En síntesis, el Fiuggi Family Festival posibilitó un diálogo abierto y cordial entre las familias y el mundo del cine, que, en palabras de uno de los organizadores, “con el tiempo han perdido un lenguaje común”.

lunes, 4 de agosto de 2008

Conyugalia: Gabriela Domingo, delegada de la Asociación Abogados de Familia: «Soy de las últimas románticas que creo en el amor eterno»

Gabriela Domingo, delegada de la Asociación Abogados de Familia: «Soy de las últimas románticas que creo en el amor eterno»

Tiene 44 años, lleva 17 casada y presume de tres hijos / Odia las aglomeraciones / Asegura que la clave de una relación está en el equilibrio / Se evade cosiendo/ Se niega a ser abogada del diablo / No perdona la siesta

01.08.2008 - UNA ENTREVISTA DE ALMUDENA NOGUÉS

LA GRANIZADA. Diario SUR (Málaga)

ENTRE PAPELES. Gabriela Domingo se confiesa una apasionada de su trabajo, en el que lleva 21 años. / YOLANDA MONTIEL

Tiene todo el despacho lleno de Post- it de colores. Intuyo que es una persona muy metódica.

(Risas). Es que en esta profesión no hay más remedio que ser ordenado, si no imagínese. Para mí la agenda es un elemento inseparable, forma parte de mí. Tengo que controlar muchas cosas: citas, señalamientos judiciales, vencimientos... Yo cuando voy al médico me mira la agenda. Entonces me dice: 'vamos mal'.

¿Eso es malo para la salud!

Sí, sí. El me mira la agenda y me dice: 'Gabriela, así no puedes seguir'.


¿Y nunca ha sentido necesidad de echar el freno de mano?

¿Sabe lo que pasa? Que este trabajo engancha mucho. A mi me apasiona lo que hago, entonces me entrego mucho. Es lo que ocurre con la mayoría de profesiones libres. O das el 100% o mejor que te dediques a otra cosa.

¿Con qué casos se siente más en su salsa?

¿Uy!, no. Diga más bien con qué casos sufro menos. Hay temas bonitos, porque ves que estás luchando por cosas buenas. Pero después hay asuntos muy duros con los que lo paso muy mal, como los de menores.

¿Y uno no aprende a hacerse un caparazón?

Pues mire, yo llevo 21 años en esto y aún no me lo he hecho. Hay temas más fríos, más económicos. Pero en esta profesión es difícil no llevarte el trabajo a cuestas. Sobre todo en cuestiones de familias, con una fuerte carga emocional que te marca mucho. Mire, tanto es así que hace poco estaba pensando en un cliente y le dije a mi marido '¿a dónde vas Bartolo?' (Risas) Y claro él me espetó '¿quién es Bartolo?' Eso sí, aprendes mucho de la naturaleza humana al conocer a la persona en los momentos más duros de su vida.

¿Qué ha pasado con las familias? Los hogares se han convertido en campos de batalla.

Yo creo que la gente no se da cuenta de que la familia es el mejor patrimonio que uno tiene. Es de las cosas que más merecen la pena en esta vida. No hay que tirar la toalla a la primera de cambio.

Ese es el problema, que ya poca gente está dispuesta a aguantar. ¿Se acabó eso de en lo bueno y en lo malo?

Es eso, que se tira muy rápido la toalla, y eso es una equivocación. Hay mucha falta de compromiso, de madurez al enfrentarse a las relaciones, hay mucho egoísmo. Estamos en una sociedad de usar y tirar, del aquí te pillo aquí te mato. No se trata de aguantar, sino de asumir que hay días malos, que las cosas no son perfectas. A veces nos hacemos la falsa idea de que ante un problema o una dificultad una relación nueva puede solucionarlo todo. Y no es así.

Lo de una mancha de mora con otra se quita...

Sí. Pero la vida está llena de obstáculos y se trata de sobrellevarse, de luchar por algo con entusiasmo. Pese a todo, sí que hay mucha parejas que duran, matrimonios que afrontan las dificultades y tirar para adelante.

¿Y usted es de las románticas que creen en el amor para toda la vida?

¿Yo sí! Soy de las últimas románticas. Además, lo estoy viviendo y lucho por ello. Llevo 17 años casada, tengo tres hijos y por suerte somos una familia unida.

¿Por qué hay tantas casa dominadas por la violencia?

Porque vivimos en una sociedad con mucha violencia, y esa violencia llega a todos los rincones: a los colegios, a los trabajos, a las familias... La agresividad se nota en el trato, entre los hijos, con los padres, con nuestros mayores... Son temas muy duros que se ven en los despachos de cada uno de los cien compañeros que integramos la asociación de abogados de familia en Málaga. Por ello, para dedicarse a esto hay que tener una sensibilidad especial.


Por cierto, y cambiando a un tema más amable, ¿algún caso anecdótico que le haya marcado?

Aquí vemos cosas muy curiosas. Yo me río de los culebrones. Se quedan en mantilla. Aquí llegan historias tan rocambolescas que rozan el surrealismo. Hay personas que se casan por el miedo a confesar que están con otra y a los meses se separan. Parejas que nada más volver de la luna de miel dejan las maletas y se vienen a pedir el divorcio. De esos tenemos muchísimos. Hay mucha falsa expectativa de que la boda lo arregla todo.

Vaya, que están curados de espanto.

Totalmente. Después me acuerdo de un hombre que le dijo a la mujer que ella se podía quedar con todo, siempre que le dejara la videoconsola.

¿No sin mi videoconsola!

Sí, sí. De eso hay mucho. Peleas por una figura, por unas cortinas. Hay veces que no se ha firmado el convenio por unas cortinas y se ha ido a la parte contenciosa. La gente al final discute por tonterías.

¿Increíble!

Y matrimonios que rompen y luego vienen a firmar el divorcio al despacho con sus nuevas parejas, los cuatro juntos. Recuerdo el caso de dos hombres, pareja, que vinieron porque uno se quería divorciar de la hermana de su novio, con la que llevaba un montón de años casado porque ella se quedó embarazada y no quería ser madre soltera. ¿Ah sí, sí! Y una buenísima. Una chica de 35 años que se casó con uno de 22 y a los cuatro meses llegó aquí embarazada con su madre diciendo que se quería separar porque el chico ponía la música muy alta, los vecinos protestaban y ella estaba agobiada. Y va y nos dice que le había dejado encerrado en casa y que se había venido para el despacho. Pues resulta que ni ella ni nadie de su familia se atrevían a ir a abrirle. Decían que fuéramos o yo o mi compañero.

¿Madre mía! ¿Vaya papelón!

Pero lo mejor es que llega ya el día de firmar el convenio y se presenta el muchacho con sus padres que ni siquiera sabían que su hijo estaba casado. Le tuvimos que enseñar el acta de matrimonio para que se lo creyeran.

¿Alguna vez le ha tocado ejercer de abogada del diablo?

No, porque cuando yo no estoy convencida de lo que defiendo no lo puedo llevar. En una ocasión me tocó un caso de un acusado de violación y tras oir las declaraciones de la novia llegué al convencimiento personal de que lo había hecho, por lo que le pasé el asunto a un compañero. Si no me creo lo que defiendo no transmito seguridad.

Y usted, ¿tiene muchas leyes?

Más que leyes una adquiere una serie de frases hechas, una forma de defenderse...

O sea, que su marido no puede con usted...

Pues no se crea. Él no se deja fácilmente. De todos modos, nuestra relación es muy buena. La clave está en encontrar el equilibrio. Si uno pesa más que el otro, la balanza acaba volcándose. No obstante, a veces sí me dice que tengo deformación profesional porque soy demasiado vehemente en mi defensa.

Y ahora en verano, cuando desconecta, ¿con qué disfruta?

Con mis niños, mi madre, mis hermanos, mis amigos, con las cosas de mi casa...

¿Así que es mujer de su casa?

Sí, aunque no tengo mucho tiempo. Me encanta esa faceta. Disfruto cosiendo, eso me evade mucho.

martes, 24 de junio de 2008

Conyugalia: Más allá del sí, te quiero

Más allá del sí, te quiero

Autor Aníbal Cuevas
Una lograda apología del matrimonio, sencilla, clara y, sobre todo, práctica.

Eds. Internac. Universit. 2007. ISBN: 9788484692126. 11 Euros ISBN: 9788484692126
Revisión publicada en http://www.criteriaclub.com/

Aníbal Cuevas está casado y es padre de cuatro hijos. De profesión sobrecargo de líneas aéreas, desde hace diecisiete años dedica una buena parte de su tiempo a la Orientación Familiar. Está diplomado en Orientación Familiar y ha realizado un programa de liderazgo en el IESE. Ha impartido cursos de Orientación Familiar y dictado conferencias, además de colaborar en diversos medios y escribir diariamente sobre matrimonio, familia y educación en su blog http://anibalcuevas.blogs.com/

En un país donde en índice de divorcios ha aumentado un 75 por ciento durante el pasado año, libros como Más allá del sí, te quiero se tornan imprescindibles. Buena prueba de ello es que el libro fue publicado hace apenas un mes y ya está a la venta la 2ª edición.
Para Cuevas, casado y padre de familia numerosa, el matrimonio no es un simple contrato entre un hombre y una mujer, sino una alianza que ambos establecen de manera libre y voluntaria y que les lleva a darse el uno al otro de manera incondicional. El autor reconoce que esta idea es difícil de entender para el hombre actual, acostumbrado a las relaciones basadas en los contratos y el intercambio de servicios.

Más allá del sí, te quiero se trata de un libro que anima a mirar al futuro, a elevar el listón de la autoexigencia personal y, como afirma la contraportada, a levantarse cada mañana dispuesto a vivir enamorado, alimentar el fuego del amor a lo largo del día con pequeños detalles, fomentar los deseos de volver a casa o luchar por vivir en concreto virtudes como la generosidad, la sinceridad o la fortaleza. Éstas son algunas de las propuestas, siempre regadas del más sensato sentido común, que el autor señala como medios para vivir un matrimonio feliz.

Al finalizar el libro, y a modo de epílogo, Cuevas confiesa que si la lectura del libro ha ayudado a alguna persona a mejorar su matrimonio y ser más feliz, él habrá cumplido su objetivo.

Conyugalia: Mi matrimonio en crisis... ¿Qué puedo hacer?

Mi matrimonio en crisis… ¿Qué puedo hacer?

Por Fernando del Castillo del Castillo.
Publicado en:
http://tertuliadeamigos.webcindario.com/bioetica01d.html

Desde el momento que me hice católico, no tengo, naturalmente, más historia de mis ideas religiosas que relatar. Al decir esto no quiero decir que mi entendimiento ha permanecido ocioso, o que haya dejado de pensar en temas teológicos, sino que no tengo variaciones que anotar ni he tenido angustia alguna de corazón (…)

“Tampoco me ha supuesto turbación alguna la aceptación de los artículos adicionales que no se encuentran en el credo anglicano. Algunos los creía ya, pero ninguno de ellos ha sido para mí una prueba (…) Naturalmente, estoy muy lejos de negar que cada uno de los artículos del credo, tal como los admiten católicos o protestantes, no estén envueltos en dificultades intelectuales y es patente que yo no soy capaz de resolverlas. Hay personas muy sensibles a las dificultades de la religión; yo soy tan sensible a ellas como cualquiera; pero nunca he podido ver la conexión entre percibir estas dificultades, por vivas que sean y mucho que se multipliquen, y la duda, por otra parte, sobre las doctrinas a que van inherentes. A mi entender, diez mil dificultades no hacen una duda; dificultad y duda son cantidades inconmensurables. Puede, naturalmente, haber dificultades en la demostración; pero yo hablo de dificultades intrínsecas a las doctrinas mismas o a sus relaciones con otras. Uno puede estar fastidiado por no poder resolver un problema matemático, cuya solución se le ha dado o no se le ha dado, sin dudar de que tiene solución o que una solución particular es la verdadera.” (John Henry Card. NEWMAN, Apologia pro vita sua. Cap. V: Mi estado de espíritu desde 1845, in princ.)

¿Tiene sentido empezar este tema con una cita de Newman sobre la Fe, las dificultades y la duda? Sí (y de hecho será continuo punto de referencia en nuestro estudio): la exquisita finura con que el autor matiza la diferencia esencial entre las dificultades y la duda en el asentimiento de fe, le lleva a afirmar de forma lapidaria que diez mil dificultades no hacen una duda. Una afirmación ejemplar para distinguir también entre las incomodidades y contrariedades en la vida matrimonial (normales, por otra parte) y el desamor o el fracaso dentro del matrimonio.

¡Cómo nos queríamos al principio!...

La fe que uno tiene en lo que dice otra persona no se fundamenta tanto en la evidencia de lo que afirma como en la confianza que nos inspira esa persona. Por este motivo podemos tener dudas acerca de informaciones que nos llegan y que no parecen en sí descabelladas -por ejemplo, cuando otro compañero del trabajo anuncia una subida de sueldo superior a la esperada o unas vacaciones más prolongadas-; mientras que no dudamos de lo que dice alguien digno de nuestra confianza, aunque haga afirmaciones casi increíbles (como la madre que nos dice que ha visto por la calle paseando a quien considerábamos postrado en silla de ruedas para el resto de su vida).

El amor a otra persona hace que crezca la confianza en ella. Más aún: permite que quitemos importancia a los pequeños errores que comete. Y en el caso de descubrir grandes errores, ese amor -que no ingenuidad- sabe disculparlos con excusas que salvan la intención con que actuó o al menos recuerdan sus aciertos anteriores.

En el noviazgo suele darse un primer enamoramiento bastante superficial. Sólo conforme pasa el tiempo va tomando cuerpo un amor más personal: siguen vivos los afectos sensibles, pero bajo esos rasgos físicos y de carácter que nos atraen, descubrimos a otra persona con la que empezamos a plantearnos compartir el resto de nuestra vida.

Cuando un hombre y una mujer deciden casarse (sellar ante testigos cualificados un compromiso con carta de naturaleza que los vincule de por vida), cada uno conoce que puede cruzarse en su vida otra persona cuyas características le “deslumbren”. Sin embargo, sabe también que la “esencia” de su amor no son los sentimientos -aunque sean buenos y convenientes para un amor verdaderamente humano- sino la voluntaria entrega personal.

Si estas ideas se difuminan y el matrimonio permite que su relación no llegue más allá del sentimiento, corre el riesgo de derrumbarse cuando dicho sentimiento se enfría o cuando en la vida de uno de los cónyuges se cruza otra persona que despierta un nuevo enamoramiento (sentimental).

Es entonces cuando se plantean dudas donde sólo debería haber dificultades. Y se interpretan los pequeños roces normales de la convivencia como desprecios y muestras de desamor. Y se pregunta uno si no habrá sido un error casarse. E incluso -en un alarde de “falsa humildad”- llega a considerarse incapaz de adoptar un compromiso “de por vida” con otra persona, porque comprueba que sus sentimientos son volubles (y piensa que el amor humano se reduce a sentimientos).

Y nos asalta un pensamiento melancólico que va tomando cuerpo día a día: ¡Cuánto nos queríamos al principio!...

El noviazgo (necesario) tiene un sentido

Cuando un chico y una chica se enamoran y se declaran mutuamente su amor se establece entre ambos una relación de noviazgo.

Como hemos dicho antes, al comienzo de esa relación prima el sentimiento: el aspecto físico, el modo de ser, el tono de voz, la mirada… Todo lo que vemos en el otro hace que nuestro pensamiento gire en torno a esa persona que… ¡con su sola presencia nos produce hasta escalofríos y nerviosismo!

El trato hace que ese sentimiento -sin llegar a desaparecer nunca- dé paso a un amor más profundo, que descubre detrás de esa mujer o de ese hombre a una persona: nos atrae, ¡sí!, pero -como persona- tiene su propia historia (de la que es protagonista) y deseamos que se entrelace con la nuestra (de la que somos nosotros los protagonistas)... para interpretar juntos una “película” con un “actor” y una “actriz” principales (dos protagonistas: ¡nosotros dos!)

Como el noviazgo no es todavía un compromiso definitivo, se puede dar marcha atrás en la relación. Pero como sí se orienta a un compromiso definitivo, tampoco se trata de una relación trivial: en la vida de los novios se cruzarán otras personas que les parezcan atractivas y que, sin embargo, no serán obstáculos para seguir adelante con esa relación de mutuo conocimiento. Porque en el noviazgo no sólo se da una atracción (sentimiento) entre los novios, sino que se reconoce también una declaración de amor personal (acto libre).

Por esta razón hay que orientar el noviazgo hacia el conocimiento personal de quienes se encuentran enamorados. Las manifestaciones de afecto han de existir (manifestaciones propias de la entrega en el noviazgo y no manifestaciones de amor matrimonial). Pero si el noviazgo se reduce a esas manifestaciones afectivas (aunque sean apropiadas), puede ser el preámbulo de un fracaso matrimonial, por no favorecer el conocimiento entre los novios.

Nos hemos casado. Y ahora… ¿qué?

La libertad humana es tan grande que un hombre y una mujer pueden comprometerse de por vida el uno con el otro en una entrega de amor personal (con cuerpo y alma): eso es el matrimonio.

Sin embargo, no basta con esa decisión. Hay que alimentar el fuego del amor con pequeñas ramas que, día tras día, mantengan viva la hoguera. Y el primer peligro que nos encontramos es -como en cualquier relación personal prolongada- la rutina.
Esa rutina o acostumbramiento al otro lleva a abandonar los detalles pequeños que, con ilusión, tenían entre sí el hombre y la mujer cuando eran novios. La experiencia demuestra la necesidad de que ambos sigan esforzándose -cada uno- por conquistar al otro cada día dentro del matrimonio.

A ese peligro de la rutina (con manifestaciones de descuidos en el arreglo personal y de desinterés en las cosas pequeñas de la relación) se añade otro no menos importante: la falta de comunicación.

Ambos riesgos actúan como un explosivo retardado para la relación matrimonial. Fácilmente se produce, entonces, que uno de los cónyuges perciba la rutina del otro como desinterés o incluso como desprecio (y ambos van distanciándose afectivamente, casi sin darse cuenta, por su falta de comunicación…).

Cuando se caldea el ambiente…

La falta de comunicación entre los cónyuges desarrolla un ambiente frío. Y se da entonces la siguiente paradoja: el hogar es el lugar en el que cualquier persona se refugia para descansar de la tensión acumulada dentro del trabajo y en la calle; sin embargo… es tan dura la sensación de frío que en él encuentran los cónyuges cuando llegan a esa situación que -casi inconscientemente- empiezan a retrasar la vuelta del trabajo o a buscar la compañía de otros amigos antes de ir a casa (como un “placebo” para paliar la falta de afecto que les espera en su hogar).

Es una situación anormal. El matrimonio está “enfermo” (y tiene subidas y bajadas de “fiebre”). Entonces, sin solución de continuidad, se pasa de la “indiferencia” en el trato al “encendimiento explosivo” contra el otro.

El motivo de esos encendimientos puede ser insignificante: un retraso, el descuido de un pequeño encargo que nos han dado, la falta de atención a los detalles en la vida del otro (un aniversario que pasa “sin pena ni gloria” -con una celebración rutinaria-, un “no caer en la cuenta” de algún aspecto en el modo de vestir), etc.

Sabemos que un alfilerazo provoca que un balón de fútbol se desinfle, pero éste puede ser reparado antes de perder todo el aire. Sin embargo, si el alfilerazo se aplica a un globo hinchado (con paredes evidentemente más delgadas que el balón), el globo revienta.

De igual forma, el matrimonio “tenso” por la incomunicación (débil, como las paredes del globo hinchado) “explota” ante el alfilerazo de una pequeña contradicción. Se hacen presentes los recuerdos de agravios que cada uno iba anotando desde tiempo atrás en el interior de su alma (anotados en uno de esos rincones oscuros -sin airear- que se han ido formando en el alma por la falta de comunicación). Y afloran esos agravios en un “diálogo” que es monólogo porque ninguno busca escuchar al otro sino sólo “restregarle” tantas heridas que aún permanecen abiertas…

¡Alarma! ¡Arden las palabras!

Todos -por ser personas humanas- tenemos pasiones. Y éstas no son buenas ni malas. Sólo llegarán a serlo según la orientación libre que les demos. Cuando la pasión nos domina, en cualquier caso, el resultado de lo que hacemos es siempre negativo (tanto si se trata de una pasión “positiva” como la alegría -que degenera en euforia- como si es “negativa” -caso de la tristeza que lleva a la desesperanza-).

Si el rencor acumulado hasta que estalla la discusión enciende la ira, la lengua se suelta y ambos cónyuges se dicen cosas que jamás afirmarían en una situación de serenidad.

Al descubrir esto, cualquiera de ellos que lo haga debe “rehuir el envite” y evitar la confrontación. Aunque sea ausentándose físicamente por unos momentos (quizá horas), retirándose a otra habitación. Y debe hacerlo porque cualquier frase pronunciada en esas circunstancias de iracundia resultará hiriente, mordaz, irónica… y destrozará más aún la poca “vida” que le queda a un amor conyugal “enfermo” que en esos momentos se encuentra en la “UVI”.

Habitualmente, ambos reconocen que en algo han fallado (aunque piensen que la mayor parte de la culpa la tiene el otro: “que no me comprende” o “que no corresponde como debe a tanto sacrificio como hago por él/ella”). Por eso, a esas situaciones de máxima tensión suelen seguir periodos de silencio sólo interrumpidos por frases cortas (no hirientes, pero sí secas: que hacen también daño porque manifiestan una aparente frialdad a pesar de lo ocurrido). Y todo a la espera de que “el otro se dé cuenta” por fin de su error y pida perdón…

Ha pasado la “tormenta” pero no el peligro de hundimiento. El paso del tiempo no cura nada en estos casos. Lo más que puede es permitir que la “herida” cierre en falso (“herida” que sigue infectada y que -al crecer la infección- sigue produciendo molestias y dolor… ¡hasta abrirse de nuevo con cualquier roce!)

Volverá una nueva “tormenta” (quizá más fuerte y de peores consecuencias que la anterior) cuando llegue el momento oportuno. Si no se pone remedio…

Lucha en positivo: -"¡Te quiero!" (díselo…)

Hay que aprovechar el periodo de silencio (posterior a la “tormenta”) para tomar decisiones positivas. Cuando se ha apagado el acaloramiento de la discusión y el encendimiento interior (es decir, el apasionamiento contra el otro) podemos volver a hablar:

¿Cuánto tiempo hace que no has dicho a tu mujer que la quieres? ¿Cuánto llevas sin decir a tu marido que desearías “comértelo a besos”, que no existe en el mundo ningún hombre como él?...

«¡Amor mío, te quiero mucho! Perdóname todo lo que te dije en esa discusión. Soy un tonto. Estaba “encendido” y no me daba cuenta de lo que decía. Te quiero con toda mi alma. Eres la mujer de mi vida y te necesito. Pero soy como un niño chico: necesito que me perdones, que me comprendas y que me ayudes. ¡Te quiero tanto!... Querría volver a enamorarte como cuando éramos novios. Pero ya no somos novios: nos hemos entregado libremente de por vida. Por eso no puedo imaginar mi vida al margen de ti.

»Soy débil. Pero el orgullo me ha llevado a esconder esa “debilidad” y a mostrarme autosuficiente. Quiero pedirte que hablemos más. Deseo que conozcas siempre cuáles son mis sentimientos. Quiero manifestarte el amor que te tengo. Si alguna vez no lo hago… piensa que es por orgullo, que es el niño tonto y caprichoso que llevo dentro quien actúa, y no yo. Porque yo -recuerda en los momentos difíciles lo que estoy diciéndote ahora- te amo con toda la capacidad de amar a una mujer que Dios mismo ha puesto en mi corazón.»

(Puede ser éste un modelo de diálogo. Ninguna mujer enamorada permanecerá insensible ante esa declaración humilde y sincera. Tampoco ningún hombre, si la mujer manifiesta sentimientos semejantes).

El amor no vive “del aire”. Los amigos que no se ven, que no muestran con hechos -o al menos con palabras- su amistad, saben que ésta acabará desapareciendo. Por eso procuran salvar las distancias si se encuentran lejos: mediante el teléfono o escribiéndose (como aquél que, de forma -eso sí- un tanto cursi, tranquilizaba al amigo a quien no veía desde años atrás, escribiéndole: «No te preocupes: la amistad que nos une es más grande que la distancia que nos separa»). Y cuando están cerca necesitan manifestarse de alguna forma (quedando y hablando) el afecto propio de la amistad.

En el amor entre un hombre y una mujer (el enamoramiento o el eros) sucede algo parecido, pues al fin y al cabo es otro tipo de amor humano. Por eso, en el matrimonio, cada cónyuge -aunque convivan bajo el mismo techo y duerman en el mismo lecho- necesita también decir “te quiero” y escuchar “te quiero”. Y no es excusa pensar: “¡ya lo sabe!”, porque para avivar el amor no basta con saber que es así: hay que percibir, sentir, escuchar que es así. Esta es la lucha positiva que salvará el amor (y aun lo acrecentará) en momentos de crisis: las muestras frecuentes de cariño.

Y cuando resulte costoso mostrar el afecto -porque la relación atraviesa un momento difícil-, debo recordar que esa mujer (o ese hombre) no es sólo una persona que me atrae: sino alguien que libremente quiso embarcarse en la aventura de compartir toda su vida conmigo, entregándose a mí… (No sólo Dios, también otras personas que asistieron a nuestro matrimonio son testigos cualificados que pueden ayudarme a avivar ese recuerdo cuando mi mente se “oscurezca”…). Así evitaremos que las pequeñas dificultades se conviertan en un obstáculo insuperable: porque, cuando hay amor, diez mil roces no constituyen una ofensa, diez mil contrariedades no equivalen a un fracaso, diez mil pequeños descuidos no hacen un desprecio...

jueves, 19 de junio de 2008

Conyugalia: No da lo mismo esperar a tener hijos

No da lo mismo esperar a tener hijos

Cuanto más se retrasa la maternidad, hay más problemas de infertilidad y más riesgos para la madre y el hijo. Así lo advierte Ulla Waldenström, profesora de cuidados del Karolisnka Institutet, en un libro cuyas tesis comenta un artículo publicado en Svenska Dagbladet (19-05-2008).

Fuente: Svenska Dagbladet en www.aceprensa.com Fecha: 3 Junio 2008

“¡No da lo mismo esperar a tener hijos!”, advierte la comadrona y profesora de cuidados del Karolisnka Institutet Ulla Waldenström. La edad a la que se tiene el primer hijo es cada vez más alta, lo cual aumenta el riesgo de que nazcan niños prematuros o con el síndrome de Down.

Cuando las parejas suecas de hoy tienen su primer hijo, la edad media de la mujer es 29 años y la del hombre 30, o sea cinco años más tarde que la generación de sus padres.

En el libro (1) que ha publicado, Ulla Waldenström comenta los problemas que surgen de estas situaciones, como por ejemplo: la necesidad de recurrir a la procreación asistida, más familias sin hijos o con hijos únicos, complicaciones en el embarazo para la madre y el hijo.

La mayoría de los jóvenes suecos declaran que quieren tener hijos en algún momento; eso sí: no más de dos. Sin embargo, lo que no tienen en cuenta es que si esperan demasiado tiempo pueden ser sorprendidos por la infertilidad. Aunque recurran a la procreación artificial como solución al problema, el éxito dependerá también de la edad de los padres.

Es sabido que a mayor edad de la mujer, menos fertilidad, y que esta disminución es más drástica después de los 30 y más considerable aún a partir de los 35. También la fertilidad de los hombres comienza a disminuir después de los 40.

Si el primer hijo se tiene después de los 30, la probabilidad de que ese niño tenga hermanos disminuye. Según una investigación hecha entre estudiantes universitarios, más de la mitad de los jóvenes quieren tener el último hijo entre los 35 y 44 años, es decir cuando la fertilidad es bastante más baja.

En cuanto a las complicaciones médicas relacionadas con el retraso de la maternidad, está sobre todo el aumento del riesgo de síndrome de Down. Pero, al haber un envejecimiento general de todo el cuerpo, también se dan otras complicaciones, como parto prematuro –algunas veces antes de la semana 33–, niños que pesan menos de 1,5 kilos o que mueren durante el embarazo o poco tiempo después del nacimiento. En las mujeres que tienen el primer hijo cuando son mayores de 35 años estos riesgos se duplican en relación con las que son madres entre los 20 y 25 años.

Ulla Waldenström señala que la edad media de las madres primerizas tiene que bajar unos cuantos años para que disminuyan las madres con partos difíciles y se salven más vidas de niños prematuros. Para modificar este comportamiento se necesita información, un cambio de actitud y medidas políticas.

Por ejemplo:

  • Aumentar las ayudas a los padres jóvenes para que puedan adquirir estabilidad en el mercado de trabajo.
  • Un cambio de actitud en los empleadores para que dejen de preguntar a las mujeres jóvenes durante las entrevistas de trabajo si piensan tener hijos en un futuro próximo.
  • Los hombres deben aprender acerca de los límites de fertilidad en relación con la edad. Las mujeres quieren, en general, tener hijos cuando son jóvenes de una forma más intensa que los hombres. Deberían aprender también que la fertilidad es un problema para las mujeres y para los hombres por igual.

(1) Vänta med barn? Det är kris i befruktningsfrågan! Karolinska Institutet University Press, 2008.

jueves, 12 de junio de 2008

Conyugalia: un seguro de vida para el matrimonio

Un seguro de vida para el matrimonio

por Tomás Melendo Granados en http://www.arbil.org/99matr.htm

Después de pensarlo con calma, considero que en la práctica diaria existe una clave suprema y casi infalible que asegura el triunfo de cualquier matrimonio: la capacidad de perdonar y pedir perdón. Y que esa actitud depende en buena medida de la que adoptemos ante los defectos del propio cónyuge: aceptarlos, conforme los vayamos descubriendo, y, si no son ofensa de Dios, esforzarnos por comprenderlos e incluso amarlos.

Presunción de inocencia

Y es que, por más que luche por corregir esas faltas, a lo largo de la vida se harán más de una vez presentes, con las molestias que suelen llevar aparejadas y que exigen del otro consorte una decidida e incondicionada resolución de pasarlas por alto cuantas veces fuere necesario… como los ignoramos —más aún, los «comprendemos» y nos producen ternura— cuando se trata de nuestros hijos pequeños… que no son muy distintos de nuestro cónyuge, ¡especialmente del marido!

Volviendo al perdón, lo estimo tan relevante que cabría sostener que el «sí» del día de la boda resultará vano si no se encuentra reforzado y protegido, desde entonces y a lo largo de toda la vida en común, por la decisión de perdonar siempre que la persona amada o bien no advierta el agravio infligido al cónyuge o bien, al percibirlo, se muestre sinceramente arrepentida y luche por corregirse.

Para lograrlo resulta muy conveniente que en cada uno de los miembros del matrimonio reine incontrastada la «presunción de inocencia» respecto al otro. Esto es, el firme convencimiento de que, aunque las apariencias pudieran dar a entender lo contrario, nuestro esposo o esposa nunca realiza nada con la intención de «fastidiarnos».

Si las propias disposiciones hacia el otro son las de hacerle la vida lo más agradable posible, ¿qué nos autoriza a presumir que él o ella habría de actuar con fines menos rectos? Una cosa es el error o el descuido, fácilmente tolerables si se advierten como tales (reitero la comparación con nuestros hijos de corta edad), y otra muy distinta, y rarísima en un matrimonio normalmente constituido, el afán de herir o hacer daño de manera consciente y premeditada, incluso en los momentos de cansancio o aburrimiento o nerviosismo o en las explosiones de mal genio derivadas de esas circunstancias.

Reflexionar a menudo cuando la mar está en calma sobre esta verdad casi obvia facilitará enormemente el disculpar o incluso pasar por alto —¡no advertirlos!— los roces y las tensiones originadas por el tráfago de la existencia cotidiana.

Perdonar, olvidar... Para curar

Tal vez por eso, la disposición habitual de perdonar y solicitar el perdón constituía para San Josemaría Escrivá una de las pruebas más esencialmente significativas del amor entre los esposos… y del mismo amor de Dios, de Quien le admiraba, más aún que su poder creador y la maravilla de la Encarnación, justo Su reiterado y siempre actual afán por perdonar a quienes le ofendemos y, compungidos, volvemos al combate.

Pues bien, a ese Dios que sale a nuestro paso, se nos acerca, nos sana, indulta y olvida, hemos de intentar asemejarnos los esposos. Teniendo en cuenta que el resultado será siempre un incremento de nuestro amor recíproco, porque sólo en ese amor haya su fundamento la capacidad de perdonar… y de olvidar y curar, haciendo desaparecer la afrenta y las huellas que pudiera dejar en nosotros y en nuestro cónyuge.

A este respecto, me gusta recordar unas palabras de Étienne Gilson: «El Dios de nuestra Iglesia no es sólo un juez que perdona, es un juez que puede perdonar porque es, primero, un médico que cura» … y goza —que Él me excuse la aparente irreverencia— de una colosal «mala memoria».

En realidad, para nosotros los humanos, perdonar y olvidar de veras incluye la máxima eficacia alcanzable: es, en cierto modo, nuestra manera más real de curar, lo que más se acerca a cauterizar definitivamente la herida. De ahí la alusión un tanto cariñosa y bromista a la «mala memoria» divina que, sin embargo, es un recurso de tremenda eficiencia, y nada metafórico, en la vida conyugal.

En esta línea, recuerda Paul Jonhson: «los secretos de un matrimonio bien trabajado son paciencia y perseverancia, tolerancia y dominio de sí, estoicismo y tenacidad, resistencia, disposición a perdonar y, a falta de todo eso, mala memoria: ¡nada menos!». Y comenta Amadeo Aparicio: «No es fácil adquirir una buena mala memoria. El peso de los recuerdos, la dificultad de olvidar ciertas cosas, la actitud rencorosa que, en una discusión, saca todos los trapos a relucir, y el apasionamiento de la polémica que lleva a decir más de lo que uno quisiera, hacen complicado el entendimiento entre ambos. Y es imprescindible ejercitarse en el olvido, sustituyendo los “malos recuerdos” por una voluntad decidida de perdón».

Resumiendo: la firme decisión de perdonar e, incluso antes, de pedir perdón, con todo lo que lleva aparejado de comprensión y olvido, compone una de las actitudes básicas más «rentables» de todo hogar que aspire a cumplir su cometido en este mundo, generando e irradiando hacia quienes lo rodean felicidad y contento.

Lo confirma la reflexión de un santo del siglo XX en torno a las pequeñas trifulcas que surgen en la convivencia. En tales circunstancias —nos aconseja—, «debemos acostumbrarnos a pensar que nunca tenemos toda la razón. Incluso se puede decir que, en asuntos de ordinario tan opinables, mientras más seguro se está de tener toda la razón, tanto más indudable es que no la tenemos. Discurriendo de este modo, resulta luego más sencillo rectificar y, si hace falta, pedir perdón, que es la mejor manera de acabar con un enfado: así se llega a la paz y al cariño».

Al estilo de Dios

Pero ¿por qué perdonar y pedir perdón se muestran tan eficaces en la vida matrimonial y mejoran de manera casi insuperable la calidad personal de los cónyuges, purificando e incrementando su amor recíproco? Por una razón relativamente sencilla y ya insinuada: por cuanto todo ello asimila el afecto mutuo de los esposos al Amor infinito de Dios.

Como acabamos de sugerir, otorgar un perdón sin condiciones puede considerarse como una de las operaciones más caracterizadoras y exclusivas y portentosas del Dios omnipotente y amorosísimo. «Errar es humano, perdonar divino», aseguraba Pope. Por eso perdonar de corazón, sin falsas reservas ni retrancas, olvidando realmente la injuria y, desde este punto de vista, haciéndola desaparecer, acerca infinitamente a Dios a quien perdona y provoca una gratitud también cuasi divina en quien así se siente amado.

Muchas veces se ha comentado que el amor permite ver al ser amado con ojos divinos. («Gracias quiero dar al divino / laberinto de los efectos y de las causas —escribió Borges— / […] por el amor, que nos deja ver a los otros / como los ve la divinidad, / …». Ahora bien, parece evidente que Dios observa a las personas con una mirada afabilísima, que pone en primer término cuanto de bueno, de grandioso, Él está produciendo y conservando en cada una. No es que ignore nuestros defectos, pues nos conoce con la máxima perfección; pero los calibra en sus justas dimensiones, más como carencias que como entidades positivas. Y, dentro de la persona, cualquier déficit no representa sino un detalle casi irrelevante frente a la grandeza sublime de su eminente dignidad.

El amor de Dios se dirige, directo y eficaz, como una saeta bien orientada, hacia el núcleo más íntimo del ser humano: y ese meollo, la médula de la persona, es merecedor, por gratuita dádiva divina, de un amor incondicionado… incluso cuando transitoriamente la criatura se vuelve contra su Creador.

De ahí que San Josemaría Escrivá, que vivió con intensidad suma el amor a Dios y a los hombres pudiera llegar a sostener que él no necesitaba perdonar… justamente porque Dios le había enseñado a amar sin reservas ni distingos. Y así, de Dios, debemos aprender los cónyuges.

Motivos para amar… y pasar por alto la ofensa

Y es que, cuando se quiere de veras, el presunto ultraje, la descortesía o el desinterés resultan como anegados por la abundancia de realidades positivas que aquel a quien se estima nos ha demostrado a lo largo de toda su existencia y nos sigue mostrando incluso en esos momentos menos conseguidos. Y de ahí, como sugería, que ante un amor sincero y apasionado, el agravio pasa muchas veces inadvertido y no requiere ser exculpado: remedando e invirtiendo radicalmente el sentido del no muy feliz dicho popular, cabría sostener que «no ofende el que quiere… ni el que es querido».

La clave, como de costumbre, es el amor. Lo sostiene esta cita, que a la par resume y confirma mucho de lo anteriormente expuesto: «Cada uno de nosotros tiene su carácter, sus gustos personales, su genio —su mal genio, a veces— y sus defectos. Cada uno tiene también cosas agradables en su personalidad, y por eso y por muchas más razones, se le puede querer. La convivencia es posible cuando todos tratan de corregir las propias deficiencias y procuran pasar por encima de las faltas de los demás: es decir, cuando hay amor, que anula y supera todo lo que falsamente podría ser motivo de separación o de divergencia. En cambio, si se dramatizan los pequeños contrastes y mutuamente comienzan a echarse en cara los defectos y las equivocaciones, entonces se acaba la paz y se corre el riesgo de matar el cariño».

No pretendo sostener con cuanto vengo diciendo que siempre sea fácil perdonar, precisamente porque el orgullo anida muy hondo en el centro de nuestros corazones. Pero cuando el esfuerzo de amor continuado transforma el perdón en actitud habitual, los efectos de crecimiento de la vida en común no podrán nunca ponderarse en exceso: quien perdona experimenta un gozo y una paz, una alegría… que no dudo en volver a calificar de cuasi divinas.

Y el que es absuelto descubre en el esposo o en la esposa la imagen fidedigna de un Dios compasivo… y le resulta muy difícil no quererlo o quererla con toda el alma, porque por él o ella se siente infinitamente amado. Uno y otro, al pedir disculpas y otorgarlas, se vacían de sí mismos, de sus presuntos «derechos», dando en consecuencia un paso de gigante hacia la verdadera acogida y el don recíprocos.

Y así, reblandecidos y remodelados ambos espíritus por la efusión amorosa del perdón, inmensamente cercanos al Hogar divino, se torna sencillo disponerse al cambio que efectivamente los introducirá más en el otro cónyuge, elevando la calidad y el colorido de su mutua entrega y poniéndolos en condiciones de desbordarse en beneficio de cuantos crecen y mejoran a su amparo.

Lo positivo... del otro

Concluyo, con palabras de Ugo Borghello: «Narra una fábula que el demonio merodeaba por los barrios con el fin de dividir y arruinar a las familias. Se introducía en los hogares bajo la apariencia de un peregrino cansado y, mientras lo atendían, se las ingeniaba para hacer a la mujer caer en la cuenta de que el marido la trataba como a una esclava, mientras él permanecía tranquilamente sentado, charlando con el huésped, o cosas por el estilo. Y así proseguía insidiando, hasta que lograba hacer estallar una rabiosa discusión.

Pero un día entró en una casa donde todos sus intentos fracasaron. Fue él entonces quien se enfadó y, desesperado, exclamó: “¿Pero vosotros no discutís nunca?”. “No, porque desde el primer día hicimos un pacto: cada cual deberá fijarse sólo en los propios defectos y en los méritos o cualidades del cónyuge”. Basta reflexionar un poco sobre la anécdota para advertir que quien se comporta de este modo lleva todas las de ganar».

La verdad ilustrada por este apólogo la expresa, con términos más técnicos, Gottman, un especialista americano: «Lo que hace que un matrimonio funcione es muy sencillo. Las parejas felizmente casadas no son más listas, más ricas o más astutas psicológicamente que otras. Pero en sus vidas cotidianas han adquirido una dinámica que impide que sus pensamientos y sentimientos negativos (que existen en todas las parejas) ahoguen los positivos. Es lo que llamo un matrimonio emocionalmente inteligente».

Tomás Melendo Granados

martes, 10 de junio de 2008

Conyugalia: Una forma diferente y divertida de veranear en familia

Una forma diferente y divertida de veranear en familia

Publicado en: www.aceprensa.com
Firmado por Cristina Abad Cadenas
Fecha: 4 Junio 2008

Familias que veranean en un mismo hotel, compartiendo actividades para niños y mayores

Verano Diferente” nació en Galicia, por iniciativa de un grupo de matrimonios que formaban parte de un centro de orientación familiar y que estaban interesados en programar su descanso estival en un buen ambiente, a la vez divertido y para toda la familia.

El ejemplo cundió, y en 1996 miembros del Instituto de Estudios de la Familia (IDEFA) decidieron desarrollar su propio proyecto en Sierra Nevada (Granada), por el que han pasado ya más de un millar y medio de personas.

Hace cinco años, la asociación FERT de Cataluña se interesó por la actividad y decidió poner en marcha el “Estiu Diferent”. Y este verano, un grupo de padres de la Asociación de Orientación Familiar PREF de Valencia se estrena en Gudar (Teruel), y otros de Aula Familiar (Madrid) irán Portugal. Al amparo de esta iniciativa han surgido otras similares como campos de trabajo familiares en Asturias y en el Camino de Santiago.

Esta es, brevemente, la historia de un joven proyecto que cada año genera más demanda. Ya son miles las familias de España que buscan un verano diferente, un modo práctico, divertido y enriquecedor de pasar sus vacaciones, una nueva forma de descansar en familia, con la familia, y con otras familias en sintonía, donde la convivencia y la solidaridad son las protagonistas.

Actividades para toda la familia

Por regla general, cada uno de estos proyectos se desarrolla en un entorno natural y ofrece sesiones de orientación familiar para padres impartidas por profesores cualificados por las mañanas, mientras los hijos participan con sus monitores y sus grupos en actividades deportivas y lúdicas, como senderismo, piscina, patinaje, futbito, juegos organizados, etc. Por las tardes, los niños vuelven a sus actividades mientras los padres practican senderismo, ciclismo, piragüismo, o acuden a la piscina o a clases de baile, por poner algunos ejemplos. Junto a esto, hay actividades para toda la familia, como excursiones, visitas culturales, tertulias, olimpiadas, gymkhanas, festivales, etc.

Según Isabel de Haro y Juan Antonio Callejón, y Mª Ángeles García y Armando Segura, matrimonios promotores en Granada, cinco son las notas que definen el proyecto: “Familiar, porque fortalece la relación entre todos y hace fácil la comunicación y la confianza; natural, porque el contacto con el medio ambiente permite a nuestros hijos adquirir hábitos de respeto y salvaguarda del patrimonio; eficaz, porque completa nuestra formación en aspectos a los que no llegamos por falta de tiempo o de medios; divertido, porque pone en juego capacidades desconocidas para disfrutar y hacer disfrutar a otros; y acogedor, porque, tras un año de trabajo, es imprescindible reponer fuerzas, y contamos con instalaciones confortables y un equipo de profesionales competente".

Para Laura Sánchez, que junto a su marido Gregorio Azcárate y el matrimonio compuesto por Paqui Granados y Paco Ortiz pusieron en marcha la actividad en Cataluña, “son unos días de vacaciones con muchos momentos de ocio pensados para todas las edades: senderismo, rafting, paseos en bicicleta; pero también hay tiempo para enriquecernos con cursos de orientación familiar. Se habla de temas que interesan a los padres: cómo ejercer una autoridad positiva, la educación sexual de los niños, o la inteligencia emocional”.

Cinco veranos diferentes

“Verano Diferente” se desarrolla en el Hotel Monachil de Sierra Nevada (Granada), del 31 de julio al 10 de agosto. La inscripción es de 250 euros para toda la familia, que incluye las actividades, el material y la estancia de los monitores. El alojamiento y pensión completa por día es gratuito para los niños menores de 3 años, de 27 euros para los chavales de 4 a 12 años y de 37 euros para los adultos.

“Estiu Diferent” tiene lugar del 2 al 12 de agosto en dos escenarios: el Hotel Port-Ainé 2000, en el Pirineo de Lleida, y el Hotel Nievesol, en el Pirineo de Huesca. El coste del alojamiento y la pensión completa por día es de 39,90 euros al día para los adultos, 27,30 para niños hasta 12 años y gratis para bebés de 0 a 2. La inscripción por familia es de 390 euros. Incluye las actividades y los monitores.

El proyecto impulsado este año desde el PREF de Valencia tendrá lugar del 2 al 11 de agosto en el Hotel El Mirador de Gudar (Teruel). La pensión completa por día es de 38 euros por adulto, 30 euros por niño de entre 2 y 13 años y gratis para menores de 2 años. La inscripción cuesta 360 euros por familia.

En la estación de montaña de Manzaneda (Ourense), “Un verano diferente” se desarrolla en los Apartamentos Galicia entre los días 6 y 16 de agosto. El precio, incluido el alojamiento con pensión completa, las actividades y la guardería, es de 40 euros para adultos; 36 para jóvenes de 7 a 18; 26 para niños de 3 a 7 y gratis para los menores de 3 años. La inscripción es de 100 euros por familia.

Y el “Verano Familiar” promovido por Aula Familiar, es un plan para 35 familias del 2 al 12 de agosto en el Hotel Serra da Estrela de Penhas da Covilhã (Portugal), en pleno parque natural, a 1.500 metros de altitud. El precio del alojamiento con pensión completa es de 37 euros por adulto o niño mayor de 11 años, 29 euros para niños de 5 a 11 años, 15 euros para menores de 3 y 4 años y gratis para bebés hasta 2 años.

Más información:

“Verano Diferente” en Sierra Nevada. Organiza INEFA (Granada). Tel. 958-132-764 / 652-330-289. Correo electrónico: inefa@universita.e.telefonica.net.

“Estiu Diferent” en Lleida y Huesca. Organiza FERT (Cataluña). Tel. de matrimonios organizadores: 932-541-833 / 44 (de 10 a 14 horas). Correo electrónico: estiudiferent@fert.es. Web: www.fert.es/estiu08/estiu08.htm.

“Verano diferente” en Teruel. Organiza PREF (Valencia). Tel. 963-517-988; Pilu de Nalda: 665-519-653. Correo electrónico: pref@asociacionpref.org. Web: www.asociacionpref.org/folleto.jpg.

“Verano diferente” en Portugal. Aula Familiar (Madrid): Tel. 914-029-638; Patricia de Donesteve: 609-407-472 / 916-221-110. Correo electrónico: veranodiferente@aulafamiliar.org. Web: www.aulafamiliar.org.

“Un verano diferente” en Ourense. Tel. 986-137-228 / 606-936-726. Correo electrónico: veranodiferente@mundo-r.com. Web: www.uvdmanzaneda.es