domingo, 3 de diciembre de 2006

Conyugalia: Entrevista a Beatriz de Vera en la Revista Signos

¿Qué hace necesaria una iniciativa como Conyugalia?
El número creciente de matrimonios y parejas que se separan y divorcian sin haberse dado una tregua para la reflexión, sin haberse parado a pensar que necesitan ayuda en momentos de crisis. Muchos piensan que “lo suyo” no tiene arreglo y optan por la separación o el divorcio, sin más. En numerosos casos se desconoce de la existencia de profesionales cualificados, otras veces por el que dirán, aún sabiendo quiénes pueden prestarles ayuda, se resisten a aceptarla: ¿Cómo voy a contar mi vida a alguien que ni siquiera conozco? ¿Qué me van a decir de nuevo? Estoy cansad@ de intentarlo para no llegar a nada. Frases como éstas, o parecidas, impiden un acercamiento entre los cónyuges.

¿ Por qué el éxito del matrimonio es una empresa difícil, compleja?
No todo el mundo va al matrimonio con una idea precisa de lo que en realidad es y comporta. De la propia convivencia surgen roces y desgastes que a menudo producen choques de expectativas en los esposos y aparecen las crisis, normales en toda relación de convivencia, que con un claro sentido del compromiso de quererse cada día- todos los días-, admiración y respeto, pueden vencerse.

Lo más importante es que la persona que elijamos sea la adecuada, que comparta con nosotros la misma filosofía de la vida en aspectos clave: idea del amor, amistad, modo de educar a los hijos que vendrán, religión, trabajo... con independencia de las diferencias de carácter y de gustos, habitualmente dispares, y por otra parte enriquecedoras.

En segundo lugar, conviene entender que la felicidad es algo que crece y mengua a lo largo del tiempo. El éxito del matrimonio depende mucho de la medida en que uno entienda esto y en que, cuando se cruza un periodo de infelicidad, sea capaz de hacer algo efectivo para cambiar el estado de las cosas, pensando que si los dos se implican, saldrán fortalecidos y las nubes dejarán de nuevo ver el sol.

Si estas premisas se tienen en cuenta el matrimonio no sólo no resulta difícil, sino que se convierte en la aventura más apasionante que dos seres puedan juntos correr jamás.

El porcentaje de fracasos matrimoniales se va multiplicando a pasos agigantados. ¿Hay factores que expliquen esta progresión?
Son múltiples los factores que actualmente explican el aumento alarmante de fracasos:
· Una idea generalizada de estar juntos mientras las “cosas nos vayan bien”, es decir escasa o nula idea de lo que significa comprometerse con la otra persona con su pasado, presente y futuro. Es un negarse a ser testigo de la vida del otro mientras ésta dure, en el fondo se trata de un “cosificar” al otro como objeto de felicidad : Si no me haces feliz, si me haces sufrir, esto no funciona.... y lo dejamos.

· El hecho de retrasar la edad de contraer matrimonio presupone al menos de ocho a diez años de soltería, con lo que esto conlleva de vivir la propia independencia a todos los niveles: yo sólo decido cuando voy o vengo, con quien y donde, como invierto mi tiempo de trabajo y de ocio, como gasto y gano mi dinero....etc. Cuando se empieza la convivencia antes o después se ve al otro, y a los hijos, como usurpadores de la libertad de movimientos que antes se tenía y se acaba viendo al otro como alguien que no te deja ser tu mismo.

· Confundir matrimonio con un mero compartir techo, lecho, sueldos y gastos. Se conjuga demasiado lo mío y lo tuyo, y muy poco o ningún “nuestro”. Por el contrario, se trata de querer al otro en cuanto otro distinto a nosotros, se trata de quererle cada día intentando hacerle la vida agradable, y de quererle cada día mejor persona, y de sorprendernos cuando reacciona de un modo distinto al habitual, y de admirar su grandeza..

¿Cuáles son las causas de fracaso que encontráis con más frecuencia?
La más frecuente está relacionada con la falta de honestidad en el intento por hacer la vida más agradable al otro, por luchar en hacernos mejor para el otro, por recuperar nuestra fama de ser amable-digno de ser amado- por el otro. En el preciso momento que somos honestos en ese intento, por pequeño que sea, ya nos estamos dando al otro. Automáticamente esa honestidad genera confianza, nos abrimos al otro de un modo espontáneo y la comunicación se hace mejor y más fluida. La honestidad genera confianza y ésta mejora la comunicación. Por tanto, no se trata de ser perfectos, sino de ser honestos. Los cónyuges cuando no saben como definir la causa de sus problemas lo denominan genéricamente como “falta de comunicación” y ahí caben cuestiones tan dispares como: falta de tiempo de ocio en común, jornadas de trabajo interminables incompatibles con el marido, la mujer y los hijos, malas relaciones con la familia política, falta de objetivos educativos para los hijos, mala gestión de los recursos económicos, poco acoplamiento en las relaciones íntimas, incapacidad para dar o recibir afecto.... la lista sería interminable. Al final sólo cabe decir que lo que falla no es el matrimonio, sino las personas, más aún :“lo nuestro”, lo propiamente conyugal.

¿Las crisis son totalmente lógicas y normales?
Totalmente lógicas y normales. Partimos de la base que cambio es igual a crisis. Hay cambio cuando dejamos la casa de nuestros padres y nos vamos a vivir con nuestro recién estrenado marido o mujer, hay cambio cuando nace el primer hijo, también lo hay cuando tenemos que trasladarnos de ciudad por razones laborales, o cuando decidimos compaginar el trabajo del hogar con el de la oficina o el del hospital, o cuando nuestra suegra enviuda y decidimos traerla a vivir a casa. En todas estas situaciones se puede plantear una crisis en la vida conyugal . No podemos perder de vista que la primera etapa, aproximadamente los cinco primeros años, suele ser la más dura aunque tenemos más recursos para afrontarla, todo está por estrenar, somos más jóvenes y tenemos menos desgaste.

Es más compleja la crisis de la madurez, en torno a los cuarenta, porque junto a la crisis matrimonial se produce otra de carácter personal, se hace balance de la propia existencia y con frecuencia el cónyuge se incluye en el propio balance personal, proyectando en él los logros no alcanzados.

¿Hay determinados momentos, periodos o circunstancias en que estas crisis son más frecuentes?
En la cuestión anterior se han abordado dos de las épocas donde se suelen producir crisis: al comienzo del matrimonio y en la etapa de los cuarenta. A éstas habría que añadir la época en la que los hijos van abandonando el hogar, y si esto no se produce-cada vez se retrasa más el momento de irse de casa- también se producen conflictos porque el matrimonio no puede cambiar de etapa y da la sensación de que nunca acabas de criar a tus hijos y no puedes dedicarte sólo a tu marido o a tu mujer como debieras. Últimamente también acaban de aparecer crisis en torno a la vejez, encontrando algunos casos de matrimonios de edades superiores a los sesenta que también se separan, aunque esto no es tan frecuente.

En el caso concreto de los matrimonios que se van quedando sin los hijos, es muy frecuente comprobar que durante años los padres se han enfrascado en sacar adelante múltiples tareas: la educación de sus hijos, sus respectivos trabajos profesionales, su vida de relación social...etc, pero al estar tan implicados en ello se ha descuidado la persona del marido o la mujer, al quedarse solos se perciben como extraños que apenas si tienen vida propia y en común: han centrado su vida durante quince o veinte años en la tarea y poco en la persona del otro, de ahí que esta etapa suela ser muy proclive a la crisis.

De cualquier modo, y con independencia de las circunstancias y de las épocas hay un denominador común en todas las crisis: toparnos con los defectos del otro-al que solemos conocer bastante o bastante poco- y no ser capaces de quererlos del mismo modo con el que queremos sus cualidades. Se produce una fragmentación en cuanto a la percepción que tenemos del otro, lo queremos cuando muestra su lado bueno y lo rechazamos cuando muestra su lado oscuro. De este modo la persona no se quiere en conjunto, se produce una especie de esquizofrenia , una doble jugada, te quiero cuando me quieres pero cuando no, no te quiero. Esto acaba siendo perverso, porque antes o después uno de los dos, o los dos, piensan que sólo su modo de ser o hacer es el más correcto y trata de imponerlo al otro; la falta de respeto se hace cada vez mayor y el resultado es la crisis correspondiente.

Es posible salir victorioso de ellas?
Sin lugar a dudas, pero siempre y cuando se tenga voluntad de cambio y ganas de querer querer a la otra persona. Al final todo este entramado no es una pura cuestión de sentimentalismo, sino de voluntad firme y decidida de apostar por lo nuestro, lo de los dos.

¿Qué se requiere para conseguirlo?
En primer lugar, querer. Uno de los maridos que vino a nuestro gabinete nos decía: “ Pero, es que ya no la quiero”. Sin vacilar le contestamos: “Pues quiérela hombre, quiérela”.

En segundo lugar hay que ponerse a trabajar en el día a día, con constancia, espantando los fantasmas del pasado, las jugarretas y las zancadillas. Sólo podemos trabajar en el presente y desde el presente, lo pasado es como un gran parásito que paraliza la relación, le quita frescura y complicidad. Hemos visto resultados sorprendentes poniendo al matrimonio a trabajar en pequeños detalles del día a día, simplemente teniendo por el otro un pequeño detalle de cariño durante un período de tiempo , hasta que son capaces de restablecer los buenos hábitos de modo espontáneo pero constante. Son capaces de frenar el lenguaje negativo hacia el cónyuge, de ver antes y siempre sus cualidades, de admirarlo otra vez, de estar deseando que llegue a casa para compartir sus cosas...se contabilizan muchos logros en un tiempo razonable.

En tercer lugar poner una gran dosis de buen humor para desdramatizar situaciones que desde fuera son un gran globo lleno de nada. El mejor lubricante junto con el buen humor, es el saber pedir perdón, y el otro, el ser capaz de agradecer los mil y un servicios que el otro nos presta de continuo, y que no sabemos apreciar.
Por último, tener confianza y una gran dosis de esperanza en que al poner los medios adecuados podemos salir victoriosos los dos juntos.

¿Cuánto tiempo lleva funcionando Conyugalia?
De modo sistemático cinco años, aunque llevamos más de veinte años dedicados a la Orientación Familiar.

Supongo que en este tiempo habréis sido testigos de procesos de todo tipo. ¿Son pocos, bastantes o muchos los que tienen un final feliz?
Nuestro objetivo al comenzar con Conyugalia era prestar un servicio que, en otros países anglosajones como USA o el Reino Unido, a cada familia se le asigna conjuntamente el terapeuta y el médico de familia.

Son muchos los matrimonios que han sabido venir a tiempo y que han salvado su relación, y los que no, siempre han reconocido que el simple hecho de tener quien les escuche, ha supuesto un cambio en su propia vida con independencia de que se solucione su matrimonio. En cualquier caso, todos ellos han mejorado su comunicación y han aprendido a querer más al otro como realmente es, se han conocido más, han aprendido modos y técnicas de expresar lo negativo sin herir al otro y lograr sus propios acuerdos- ellos solos- en temas que antes siempre provocaban conflicto.

¿Vale la pena emprender una batalla o un guerra para salvar el propio matrimonio?
Por supuesto que vale la pena, porque son muchos más los momentos de felicidad en conjunto que los malos, y la unión que se acaba logrando es fortísima si se tiene en cuenta todo lo que se han dicho en estas líneas. Crecer al lado de la otra persona es sumamente gratificante. Me emociona ver a esos matrimonios ya ancianos, con su bastón y sus torpes andares apoyados el uno en el otro, ¡haciéndose compañía! y queriéndose sin hablar, sólo con sus gestos. A unos que encontré por la calle- él le abría la puerta a ella con la mano que no sujetaba el bastón- les pregunté: ¿Cuánto tiempo llevan ustedes casados? Ella, con una sonrisa me contestó: Sólo cincuenta y cuatro.