sábado, 26 de marzo de 2011

Conyugalia: ¿Por que la familia?


¿Por qué la familia?

El ser humano, para ser feliz, ha de entregarse, amar. El hombre es el único animal que necesita una familia, y es así porque en su naturaleza está el aceptar libremente a alguien y darse sin reservas. Sólo de esa forma encontrará la plenitud.



Tomás Melendo Granados, Catedrático de Metafísica, Universidad de Málaga, España

Que un grupo de altos empresarios se interese por el amor conyugal es algo fuera de lo común. Hace algunos meses impartí una conferencia a uno muy selecto, tan selecto como internacional y atípico. Lo único que los unía era su interés por la empresa, lo extraño es que me solicitaron que les hablara del amor conyugal.

Al terminar la exposición, un mexicano inició algo a caballo entre una pregunta y una reflexión pública: «Si no he entendido mal, la calidad del amor entre los esposos no se juega sólo dentro del matrimonio. Quien quiera amar de veras tiene que esforzarse por mejorar en toda su vida».

Un sexto sentido me llevó a contener las ganas de responderle y a permanecer en silencio. Y, en efecto, prosiguió: «Sólo si voy siendo mejor persona podré querer más a mi mujer, pues tendré mucho más que darle cada vez que me entregue a ella». Resistí de nuevo la tentación de intervenir... y añadió: «Presiento además que si no encamino ese perfeccionarme a la entrega, en el fondo lo estoy despilfarrando. Y me parece que eso constituye un claro deber: cuanto mejor voy siendo, más obligado estoy a darme a mi mujer y a mis hijos». El silencio se tornó más denso, acaso porque ni por él mismo ni por los que le estaban oyendo —todos volcados en cuerpo y alma en los negocios—, se atrevía a sacar la conclusión inevitable. Pero lo hizo: «Lo cual quiere decir que mi verdadera y más radical realización no la encuentro en la empresa, sino en mi familia».

Inversión cardinal
Audaz, además de agudo. Sabía de qué hablaba y lo que se estaba jugando: se refería a la necesidad de instaurar una modificación profunda en la forma de entender y vivir las relaciones entre familia y persona (y, como consecuencia, muchas otras, como las propiamente laborales).

Durante bastante tiempo, aunque no de manera exclusiva, la necesidad de la familia se ha explicado enfatizando la múltiple y clara precariedad del hombre. Por ejemplo, respecto a la mera supervivencia venía a decirse que, mientras la dotación instintiva permite a los animales manejarse desde muy pronto por sí mismos, el niño abandonado a sus propios recursos perecería inevitablemente. O se aducían razones psicológicas, como la ineludible conveniencia de superar la soledad, de distribuir las funciones en casa, el trabajo o los ámbitos del saber para lograr una mayor eficacia.

Todo esto es cierto, pero no alcanza el núcleo de la cuestión. Si desde antiguo se considera la persona como lo más perfecto que existe en la naturaleza (perfectissimum in tota natura); si hoy es difícil hablar del ser humano sin subrayar su dignidad y su grandeza... ¿no resulta extraño que los animales no necesiten familia, mientras que al hombre le sea imprescindible sólo o principalmente en función de su «inferioridad» respecto a ellos?

El cambio radical que pretendo subrayar con estas líneas es que toda persona requiere de la familia justamente en virtud de su eminencia o valía: de lo que en términos metafísicos podría llamarse su excedencia en el ser.

Más allá de vivir
Por eso la persona está llamada a darse; por eso puede definirse como principio (y término) de amor... siendo la entrega el acto en que ese amor culmina.

Las plantas y los animales, por su misma escasez de realidad, actúan de forma casi exclusiva para asegurarse la propia pervivencia y la de su especie; gozan de poco ser, cabría decir, tienen que dirigir toda su actividad a conservarlo y protegerlo: se cierran en sí mismos o en su especie.

A la persona, por el contrario, por la nobleza que su condición implica, «le sobra ser». De ahí que su operación más propia, precisamente en cuanto persona, consista en darse, en amar. (Y de ahí que sólo cuando ama en serio y se entrega sin tasa —«la medida del amor es amar sin medida»—, alcanza la felicidad).

Un regalo a la altura
Para que alguien pueda darse es menester otra realidad capaz y dispuesta a recibirlo o, mejor, a aceptarlo libremente. Y «eso» sólo puede ser otro alguien, otra persona. En esto tenía razón mi contertulio mexicano. Y también al unir esa exigencia de entrega con la familia.

A menudo explico que, a pesar de la conciencia que solemos tener de la propia pequeñez y de la ruindad de algunos de nuestros pensamientos y acciones, es tanta la grandeza de nuestra condición de personas que nada resulta digno de sernos regalado... excepto otra persona. Cualquier otra realidad, incluso el trabajo o la obra de arte más excelsa, se demuestra escasa para acoger la sublimidad ligada a la condición personal: ni puede ser «vehículo» de mi persona, ni está a la altura de aquella a la que pretendo entregarme.

De ahí que, con total independencia de su valor material, el regalo sólo cumple su cometido en la medida en que yo me comprometo —me «integro»— a él. («¿Regalo, don, entrega? / Símbolo puro, signo / de que me quiero dar», escribió magistralmente Pedro Salinas).

Pero decía que, además de ser capaz, la otra persona tiene que estar dispuesta a acogerme de manera incondicional: de lo contrario, mi entrega quedaría en mera ilusión, en una especie de aborto. Si nadie me acepta, por más que me empeñe, resulta imposible entregarme (actio est in passo, podría afirmarse tras las huellas de Aristóteles: la acción de la entrega «está» —se cumple o actualiza— en la medida en que el otro me acepta gustoso).

El hogar marca
El ámbito natural donde se acoge al ser humano sin reservas, por el mero hecho de ser persona, es la familia. En cualquier otra institución —en una empresa, por ejemplo— resulta legítimo, y a menudo necesario, que se tengan en cuenta determinadas cualidades o aptitudes, sin que al rechazarme por carecer de ellas se lesione en modo alguno mi dignidad (el igualitarismo que hoy intenta imponerse para «evitar la discriminación» sería aquí lo radicalmente injusto).

Por el contrario, una familia genuina acepta a cada uno de sus miembros teniendo en cuenta, sí, su condición de persona, como el resto de las instituciones (de ahí el famoso precepto kantiano de «tratar siempre a la humanidad»); y además, su condición de persona. Y basta. Al acogerlos, les permite entregarse y cumplirse como personas.

Por eso cabe afirmar que sin familia no puede haber persona o, al menos, persona cumplida llevada a plenitud. Y ello, según acabo de sugerir, no primariamente a causa de carencia alguna, sino al contrario, en virtud de la propia excedencia, que «nos obliga» a entregarnos? o quedar frustrados,por no llevar a término lo que demanda nuestra naturaleza, nuestro ser.

Esta inversión de perspectivas (que no niega la verdad del punto de vista complementario), tiene abundantes repercusiones.

Por ejemplo, en el ámbito doméstico, explica que la familia no sea una institución «inventada» para los débiles y desvalidos (niños, enfermos, ancianos); sino al contrario, cuanto más perfección alcanza un ser humano, cuanto más maduro es el padre o la madre, más precisa de su familia, justamente para crecer como persona, dándose y siendo aceptado: amando, con la guardia baja, sin necesidad de «demostrar» nada para ser querido.

Buena teoría... Vida buena
Por otra parte, esta forma de comprender a la persona repercute en el modo de legislar, en la política, en el trabajo... Sólo si se tiene en cuenta la grandeza impresionante del ser humano podrán establecerse las condiciones para que se desarrolle adecuadamente y sea feliz.

A menudo se oye que el problema del hombre de hoy es el orgullo de querer ser como Dios. No lo niego. Pero estimo que es más honda la afirmación opuesta: el gran handicap del hombre contemporáneo es la falta de conciencia de su propia valía, que le lleva a tratarse y tratar a los otros de una manera bufa y absurdamente infrahumana.

Schelling afirmaba que «el hombre se torna más grande en la medida en que se conoce a sí mismo y a su propia fuerza». Y añadía: «Proveed al hombre de la conciencia de lo que efectivamente es y aprenderá enseguida a ser lo que debe; respetadlo teóricamente y el respeto práctico será una consecuencia inmediata». Para concluir: «el hombre debe ser bueno teóricamente para devenirlo también en la práctica».

¿Exageración de un joven escritor? Estimo que no, si el conocer lo entendemos adecuadamente, de modo que algo no llega a saberse (simplemente a saberse) hasta que uno lo hace vida de la propia vida.

En lo estrictamente humano, como quería de nuevo Aristóteles, la teoría —encaminada al amor— ostenta una prioridad absoluta.

«Mini-personas»
Ahora bien, el modelo que rige buena parte de las constituciones de los países «desarrollados» de nuestro entorno resulta a menudo, de una suerte de mini-hombre, de persona reducida, casi contrahecha.

Quiero decir que, con más frecuencia de la deseada, al hombre de hoy se le niegan —teórica y vitalmente: en la legislación y en la estructura social— las características que definen la grandeza de su humanidad; por ejemplo, la capacidad de conocer, de manera siempre imperfecta, pero real.

Desde tal punto de vista, una estructuración política auténtica tendría como base, junto con el reconocimiento de la limitación del entendimiento humano, y mucho más fuerte que él, la convicción de que la realidad es cognoscible. Por eso estaría basada en el diálogo auténtico, genuino, de unos ciudadanos persuadidos de que con la suma de las aportaciones de muchos podrán llegar a descubrir lo que cada realidad efectivamente es y, por tanto, el comportamiento que reclama.

Por el contrario, tal parece que muchos regímenes políticos actuales se basan en un relativismo escéptico, en la casi contradictoria convicción de que la realidad no puede conocerse y, como consecuencia, en la apelación al simple número y, con él, en el más tiránico y sutil de los totalitarismos.

¿Otros ejemplos de lo que acabo de calificar como modelo «cuasi constitucional» de mini-persona?

Apenas se concibe que el hombre actual pueda amar a fondo, con un compromiso de por vida, jugándose a cara o cruz, a una sola carta, como Marañón expusiera, el porvenir del propio corazón (de ahí el avance de la admisión legal del divorcio, que impide casarse de por vida); o que sea capaz de dar sentido al dolor, no por masoquismo, sino porque el sufrimiento es parte integrante de la vida del hombre, y, cuando se rechaza visceral y obsesivamente, junto con él se suprime la propia vida humana, cuyo núcleo más noble lo constituye la capacidad de amar... (en el estado actual, el sufrimiento es parte ineludible del amor: negado a ultranza el «derecho» a padecer, se invalida simultáneamente la posibilidad de amar de veras).

En definitiva, si nos atenemos al modelo subyacente en bastantes de las constituciones occidentales, el hombre de hoy ve entorpecido el uso de sus dos atributos más constitutivos y ensalzadores: a) conocer la verdad; y b) amar y hacer el bien... con cuanto uno y otro, y la conjunción de ambos, llevan aparejado.

Darle la vuelta al mundo
Lo que acabo de apuntar refuerza tres de mis más arraigadas convicciones.

a.            Una fe absoluta en el ser humano, en su capacidad de rectificar el rumbo y superarse a sí mismo. No debe confundirse el diagnóstico con la terapia. El diagnóstico no es nunca optimista o pesimista, ni debería ser interesante o despreciable o lucrativo o desdeñable, sino sólo verdadero o falso. ¡Qué daños traería consigo el «optimismo» que lleva a diagnosticar y tratar como simple cefalea un tumor cerebral maligno!

b.            El hombre actual necesita advertir su propia excelsitud para actuar de acuerdo con ella y alcanzar la propia perfección y la dicha consiguiente.

c.            Que el «lugar natural» para «aprender a ser persona», el único verdaderamente imprescindible y suficiente, es la familia. No sólo el niño, también el adolescente que aparenta negarlo, el joven ante el que se abre un abanico de posibilidades deslumbrante, el adulto en plenitud de facultades, el anciano que parece declinar?, todos ellos forjan y rehacen su índole personal, día tras día, en el seno del propio hogar.

Y, así templados y reconstituidos, son capaces de darle la vuelta al mundo, de humanizarlo.

Por eso la familia.

Conyugalia: Si quiero: 12 documentales y un libro para novios


"Sí, quiero": 12 documentales y un libro para novios"

¿Cómo quieres que sea tu matrimonio?
Ni camino de rosas, ni misión imposible. Frente al pesimismo de la creencia en las “atracciones fatales” o los “fracasos inevitables”, Sí, quiero –un kit de doce documentales en DVD y un libro– pretende hacer reflexionar a los novios sobre la seriedad del sacramento del matrimonio. El realismo se combina con las dosis de confianza necesarias para embarcarse en un compromiso para toda la vida.
Firmado por Juan Meseguer en Aceprensa.com  
Fecha: 16 Marzo 2011

El auge del sentimentalismo en la cultura occidental está favoreciendo que cale la idea de que el secreto de la felicidad es el amor romántico; o sea, la vivencia permanente en un estado de shock emocional. Así lo explicaba Michael Novak en un artículo publicado en First Things el día de san Valentín.
Novak cayó en la cuenta de la importancia cultural del ideal del amor romántico cuando leyó primero The Allegory of Love (1936), de C.S. Lewis, y después Love in the Western World (1940), de Denis de Rougement. “Hoy día muchos se enamoran del amor, no de personas concretas; aman la sensación de estar enamorados”, dice Novak.
El mismo día de san Valentín, el Christian Science Monitor publicó un artículo en el que mencionaba siete tendencias que están cambiando la forma de entender el matrimonio en Estados Unidos; la primera de todas es la aceptación creciente de una visión del matrimonio basado solamente en la afinidad de la pareja.
Para la historiadora Stephanie Coontz, el resultado de esta visión es que las expectativas de satisfacción personal están aumentando hasta un punto en que los compromisos poco apasionados se hacen insoportables (cfr. Aceprensa, 7-04-2010).
Frente a esta tendencia, los productores de Sí, quiero abogan por hacer pensar más a los novios que quieren recibir el sacramento del matrimonio. Los “compromisos pensados” y reafirmados día a día son un contrapeso a la fuerza de las corrientes emocionales.
Ni teorías sin vida ni recetas sin porqués
Los doce documentales, realizados por Goya Producciones, bajo la dirección de Andrés Garrigó, alternan los testimonios de parejas de novios y matrimonios de los cinco continentes con los consejos de más de 30 expertos: psiquiatras, psicólogos, filósofos, médicos, juristas, asesores familiares, teólogos... El coordinador del proyecto es Pedro de la Herrán, sacerdote, doctor en Filosofía y especialista en pedagogía religiosa.
A algunos expertos les avalan varias décadas de estudio dedicadas a reflexionar sobre el matrimonio y la familia; a otros, sus horas de consulta o de ayuda pastoral escuchando problemas conyugales; y también están los que combinan ambas facetas. Así se despeja el riesgo de caer en dos extremos: el de las grandes teorías sin vida y el de las recetas sin porqués.
El montaje y la duración de los documentales (12 minutos cada uno) contribuyen a que las ideas fluyan de forma natural, con el objetivo de dar que pensar a los futuros cónyuges. “¿Conoces a tu pareja?”, “Casarse, ¿para qué?”, “¿Puede acabarse el amor?”, “¿Qué añade el Sacramento”?, “¿Cuántos hijos?” o “¿Qué tal nos entendemos?” son algunos de los títulos de los documentales.
Eso sí, al espectador no le bastará con sentarse delante de la pantalla con unas palomitas; la agilidad de los vídeos exige atención para integrar (y hacer propios) los múltiples mensajes que aparecen.
Algunos extractos de los documentales pueden verse en la página web www.preparatumatrimonio.com, realizada por Goya Producciones. También hay materiales complementarios en la sección “novios” de www.catequesisenfamilia.org.
Realismo y confianza
A los documentales acompaña un libro escrito por el matrimonio Alfonso Basallo y Teresa Díez, autores de Pijama para dos. Se dirigen a jóvenes creyentes. Por eso, su punto de partida es muy acertado: el Creador tiene “alma de poeta” y fue Él –y no el movimiento de la revolución sexual– quien inventó el amor.
Con esta visión positiva, los autores profundizan a lo largo de doce capítulos en los temas expuestos en cada uno de los documentales. Así, ofrecen una oportunidad para reposar y reforzar ideas que aparecen en los vídeos.
Los documentales y el libro están pensados para servir como recurso de apoyo a los cursos prematrimoniales. También pueden ser útiles en otros ámbitos como coloquios o cursos de orientación familiar; a la vez que pretenden reavivar la estima por el compromiso conyugal, ofrecen recursos para vivir a fondo la vocación al matrimonio.
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Notas 
(1) Sí, quiero: claves para un matrimonio feliz (12 vídeos + libro). Editorial Casals y Goya Producciones. Barcelona (2011). 24 €.

sábado, 10 de julio de 2010

Conyugalia: La orientación familiar, una demanda en auge

La orientación familiar, una demanda en auge

José Miguel Cubillo, presidente de Aula Familiar 
 
La perplejidad ante los nuevos problemas que afectan hoy a niñas y niños está provocando que muchos padres jóvenes recurran a los consejos de los expertos. José Miguel Cubillo, psicólogo, arquitecto y presidente de Aula Familiar, ofrece algunas claves para entender esta tendencia.
  
Firmado por Juan Meseguer Velasco  en Aceprensa 
Fecha: 17 Mayo 2010

 
El que unos padres acudan a un especialista en matrimonio y familia es algo muy recomendable, siempre y cuando eso no les paralice ni les meta el miedo a educar de acuerdo con sus propias experiencias y su sentido común.

La función del orientador familiar, explica Cubillo, es despertar la iniciativa de los padres para que sean ellos quienes definan su propio estilo de vida familiar. Además, el orientador ofrece conocimientos, criterios de orientación y técnicas educativas. Pero, al final, son los padres los que han de decidir lo que conviene a sus hijos en cada caso.

Este es uno de los principios que guía a Aula Familiar (www.aulafamiliar.org), un centro de orientación familiar fundado en 1973 con el asesoramiento del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de Navarra.
 
Aula Familiar, con sede en Madrid, es miembro fundador del Instituto de Iniciativas de Orientación Familiar (IIOF), el cual está integrado en la International Federation for Family Development (IFFD), con estatus consultivo ante Naciones Unidas.
 
Padres inseguros
 
– Hoy cada vez es más frecuente que se recurra a la ayuda de expertos para educar a los hijos. ¿A qué atribuye esta tendencia?
 
– En parte se explica por la influencia que están teniendo una serie de ideas en la cultura actual. Quizá la más extendida es que los padres no están suficientemente capacitados para educar a sus hijos; razón por la cual tendrían que acudir a pedagogos, psicólogos, profesores o trabajadores sociales.
 
En este ambiente, uno puede llegar a creerse –sobre todo, si se deja llevar por la comodidad– que la educación de los hijos corresponde a los expertos. De esta manera, se va generando en los padres una especie de falta de autoestima; los padres se sienten cada vez más inseguros. Y, como consecuencia de ello, el papel de la familia como agente educativo se va difuminando.
 
Para contrarrestar este modo de pensar, nosotros procuramos que las familias sean conscientes de la misión insustituible que les corresponde. Damos a los padres conocimientos y técnicas para que sean ellos quienes se decidan a buscar y aplicar soluciones. Cada familia es soberana.
 
– En los últimos años, varias cadenas de televisión han lanzado programas para ayudar a los padres en su tarea educativa: “Supernanny”, “SOS Adolescentes”, “Padres, hijos y escuela” o “Generación Ni-Ni”. A juzgar por el éxito de estos programas, da la impresión de que estamos ante una auténtica demanda social.
 
– Efectivamente, la demanda va en aumento, al igual que algunos problemas sociales serios: agresiones de hijos a padres, agresiones de alumnos a profesores... Si unos padres renuncian a ejercer su autoridad para educar a sus hijos, es probable que surjan problemas de convivencia familiar. Y entonces, cuando se ven superados, acuden a los expertos como si ellos tuvieran soluciones mágicas.
 
Algunos programas de los que has citado pueden fomentar implícitamente la pasividad de los padres. Dado que el experto del programa tiene éxito al resolver los problemas planteados en la televisión, puede parecer que basta con aplicar un puñado de técnicas para que todo salga bien. Existe el riesgo de que los padres pasen por alto que cada problema es único.
 
Es muy positivo conocer los avances de la psicología, la pedagogía y de otras disciplinas. Pero debemos evitar el error de pensar que la ciencia produce por sí misma la virtud. En realidad, nos hacemos buenos y enseñamos a nuestros hijos a hacerse buenos obrando el bien.
 
– A diferencia de la mediación familiar, centrada en la resolución de conflictos que ya se han producido, la orientación familiar trata de prevenirlos. Pero, ¿no le parece que las personas reaccionamos de manera distinta en tiempo de crisis que en tiempos de calma?
 
– Es cierto que ponerse a resolver problemas en medio de una tempestad es mucho más costoso y difícil que hacerlo con buen tiempo. Por eso es tan importante tener iniciativa y saber adelantarse. En general, los problemas familiares son muy parecidos. La diferencia básica entre una familia y otra está en la forma en que cada una vive las temporadas de calma y en el modo en que afrontan los problemas cuando llegan.
 
El primer aspecto es decisivo. Muchas familias dejan pasar oportunidades de mejora cuando no hay problemas acuciantes; se vive de un modo pasivo, sin fijarse metas concretas y sin actuar para alcanzarlas. Otras familias, en cambio, se caracterizan por almacenar recursos para las temporadas de escasez. Tienen metas definidas y las persiguen de forma activa. Cuando llegan los problemas, similares a los de las demás familias, se encuentran en muy buenas condiciones para resolverlos.

domingo, 13 de junio de 2010

Conyugalia: La cohabitación antes del matrimonio aumenta el riesgo de ruptura

La cohabitación antes del matrimonio aumenta el riesgo de ruptura 

A menudo se dice que la cohabitación permite a los futuros marido y mujer conocerse mejor y evitar así las uniones desafortunadas. Sin embargo, el Centro Nacional de Estadísticas Sanitarias de Estados Unidos revela una realidad distinta: las parejas que cohabitan antes del matrimonio son más frágiles.  
Firmado por Aceprensa
Fecha: 9 Marzo 2010

“Mientras la cohabitación sigue siendo un camino hacia el matrimonio entre las clases altas, las mujeres de bajo nivel de renta tienden a verla como un punto de llegada”

Las parejas que viven juntas antes de casarse tienen, de media, una probabilidad 6 veces mayor de romperse antes de que lleguen a los 10 años de convivencia. En cambio, las expectativas de duración de la pareja mejoran si empezaron a convivir cuando ya estaban casados.

El estudio refleja también el aumento espectacular de la cohabitación en Estados Unidos. A partir de una muestra de 12.571 mujeres y hombres de 15 a 44 años, los autores señalan que el porcentaje de mujeres que rozan la cuarentena y han cohabitado se ha duplicado en 15 años hasta llegar al 61%.

Otro dato interesante es que la mitad de las parejas que empiezan cohabitando se casan a los tres años. Si los dos miembros de la pareja tienen estudios superiores, es probable que se casen antes y que su matrimonio dure por lo menos 10 años.

Para Nelly A. Musick, profesora de análisis social en la Universidad de Cornell, los resultados del estudio sugieren que hay una brecha abierta entre ricos y pobres respecto a la concepción del matrimonio. “Mientras la cohabitación sigue siendo un camino hacia el matrimonio entre las clases altas, parece que las mujeres de bajo nivel de renta tienden a ver la cohabitación cada vez más como un punto de llegada”, explica Musick.

Las actitudes sociales hacia la cohabitación también difieren en función del sexo. Entre los encuestados, el 62% de las mujeres de 25 a 44 años estaban casadas y sólo el 8% cohabitaban. En cambio, el porcentaje de hombres casados desciende hasta el 59% y el de la cohabitación sube al 10%.

Un último hallazgo significativo del estudio es que las mujeres que a la edad de 14 años no vivían con sus padres biológicos o adoptivos son menos proclives a casarse que aquellas que crecieron con su padre y su madre.

Menor compromiso

La publicación de estas estadísticas confirman las conclusiones de otros estudios que en su día fueron bastante polémicos. Investigaciones realizadas hace más de una década revelaban no solo que las parejas de hecho se rompen más que los matrimonios, sino que también aquellos que se casan después de haber cohabitado son más proclives a divorciarse que quienes fueron directamente al altar.

En un estudio publicado en 1999, dos conocidos sociólogos estadounidenses, David Popenoe y Barbara Dafoe Whitehead, del National Marriage Project de la Universidad Rutgers, afirmaban que “una atenta revisión de los datos que proporcionan las ciencias sociales sugiere que vivir juntos no es una buena manera de prepararse al matrimonio ni de evitar el divorcio”.

Según los autores, las personas que han vivido antes con otras parejas muestran un compromiso menos firme. “Toleran menos la insatisfacción y dejarán romperse un matrimonio que podría haberse salvado”, dicen Popenoe y Whitehead (“Should We Live Together? What Young Adults Need to Know about Cohabitation before Marriage”: cfr. Aceprensa, 22-09-1999).

miércoles, 9 de junio de 2010

Conyugalia: El libro del matrimonio. Esa misteriosa unión

El libro del matrimonio. Esa misteriosa unión


Autor: José Pedro Manglano
Planeta. Barcelona (2010). 416 págs. 19 €.
Firmado por Juan Meseguer Velasco en Aceprensa

Fecha: 19 Mayo 2010

Durante los últimos años, han proliferado los libros con consejos prácticos para vivir un matrimonio con éxito, que sirven y gustan a mucha gente. Pero los recetarios –por muy probados que estén– también tienen su riesgo: el de encerrar algo tan complejo y personal como es una relación amorosa en una casuística agotadora.

En El libro del matrimonio, el filósofo y teólogo José Pedro Manglano ha optado por un enfoque distinto: “Esa seguridad de lo que se puede y no se puede hacer, de la respuesta aprendida de memoria, ¿no es posible que en muchos casos esculpa vidas resignadas, en lugar de espíritus libres y conscientes, capaces de contagiar y crear una nueva cultura?”.

La pregunta que plantea Manglano es un disparo en la línea de flotación de una de las sospechas más extendidas de nuestra época: ¿son compatibles el matrimonio y la libertad?; ¿es bueno el matrimonio para mí o tan sólo un mal menor por el que pierdo libertad a cambio de otras compensaciones?

Creo que éste es uno de los grandes aciertos del libro. En un momento en el que la cultura actual se está preguntando “¿para qué casarse?”, no basta con ofrecer un puñado de ideas manidas. Es preciso ponerse en la piel del otro y tratar de averiguar por qué el matrimonio sigue pareciendo a tantos (casados o no) una estrecha “cárcel del amor”.

El autor ya se había planteado el dilema entre libertad y matrimonio en dos libros anteriores: Construir el amor y El amor y otras idioteces. Pero en este nuevo libro ha hecho hincapié en una perspectiva novedosa: entender el matrimonio –sobre todo, el matrimonio cristiano– como un misterio capaz de modelar vidas genuinamente libres.

Este enfoque le lleva a indagar cómo eran las cosas en el origen, conectando así con la sugerente teología del cuerpo desarrollada por Juan Pablo II. De hecho, Adán y Eva son uno de los matrimonios protagonistas de la primera parte del libro, junto a Saint-Exúpery y Consuelo, Balduino y Fabiola o Eloísa y Abelardo.

Tras realizar este esfuerzo de comprensión –“saber actuar exige previamente saber pensar”–, entonces sí, Manglano aterriza en el terreno concreto de la vida matrimonial con diagnósticos y terapias sugerentes. Otro acierto del libro es el estudio histórico de las bodas, del que el autor se sirve para discernir los aspectos esenciales del matrimonio de los que no lo son.

martes, 1 de junio de 2010

Conyugalia: La felicidad en el matrimonio (II)

La felicidad en el matrimonio (II).
Escrito por Magdalena Subercaseaux
Jueves, 15 de Abril de 2010 13:24

Entrevista realizada a Tomás Melendo por José Pedro González Alcón y María Mercedes Álvarez Pérez para el programa de radio "Con las zapatillas puestas". El Prof. Melendo Granados es Catedrático de Filosofía (Metafísica), Director Académico de los Estudios Universitarios sobre la Familia, Universidad de Málaga (UMA), España.

¿Muchos quieren vivir juntos antes de casarse para conocerse, para saber si congenian, etc. ¿Esta forma de plantearse el inicio de la vida en común da resultados buenos?

Supongo que en ese vivir juntos está incluido también dormir juntos, tener relaciones sexuales.

Pues bien, las estadísticas manifiestan con claridad que semejante convivencia prácticamente nunca produce efectos beneficiosos. Aporto sólo un par de datos. El primero, que los divorcios son mucho más frecuentes entre quienes han convivido antes de contraer matrimonio. Después, que entre los jóvenes, cuando empiezan a mantener relaciones, la actitudes cambian notablemente, empeoran: se tornan más posesivos, más celosos, más irritables. Por eso quienes poseen un poco de experiencia advierten de inmediato cuando un par de chicos ha iniciado ese trato íntimo.

Pero se puede ir más al fondo: no es serio ni honrado «probar» a las personas, como si se tratara de caballos, de coches o de instrumentos de música; a las personas se las respeta, se las venera, se las ama; por ellas arriesga uno la vida, «se juega a cara o cruz, el porvenir del propio corazón».

Y todavía cabe aportar otro motivo: no se puede (es materialmente imposible, aunque parezca lo contrario) hacer esa prueba, porque la boda cambia muy profundamente a los novios; no sólo desde el punto de vista psicológico, al que ya me he referido, sino en su mismo ser: los modifica hondamente; en cierto modo, los hace otros, distintos; los transforma en esposos; les permite amar de veras: ¡antes no es posible hacerlo!, como ya dije.

Se trata de un tema apasionante, que me encantaría desarrollar, pero no es éste el momento: la clave estaría en entender de veras en qué consiste la libertad como capacidad de autotransformarse y autoconstruirse hasta desplegar le entera riqueza de una persona cabal y plena.

¿Da la impresión que lo del amor sin papeles o sin ataduras cuadra más con la visión masculina del amor, ¿es así? Si es afirmativo ¿resultaría la mujer más perjudicada en una relación libre?

Quizás esa afirmación sea aplicable a lo peor del estereotipo de «macho» que reina en nuestra cultura (y tal vez no sin motivo). Gracias a Dios, muchísimos hombres no son así: personalmente, no me reconozco en absoluto en esa imagen.

Pero no deja de ser cierto que el varón que no quiere amar en serio se encuentra «más a gusto» en una relación sin compromisos. La mujer, a veces, también, o al menos así lo aparenta; pero de hecho, y hasta cierto punto, se halla efectivamente más indefensa ante la posibilidad de una ruptura; además, si ha habido hijos, queda mucho más marcada y con más responsabilidades.

De todos modos, me gustaría insistir en que, con total independencia de lo que más tarde suceda, los perjudicados son los dos, que no pueden amar de veras ni mejorar ni ser felices. Perdonad que insista en este punto, pero es capital para enfocar bien las cosas.

¿Por qué aquellos que no quieren un amor "con papeles" ahora los están pidiendo, e incluso que se regule su situación como pareja de hecho?

Kierkegaard decía que lo que más aterra al ser humano, más que ninguna otra cosa, es la soledad. Y se refería principalmente a ese ser distinto a los demás, a quedarse aislado, por ejemplo, defendiendo una opinión que no es la de todos, la que hoy llamaríamos políticamente correcta. A eso tenemos auténtico pavor.

Pero, mal que bien, y a pesar de toda la publicidad y la legislación en contra, el matrimonio sigue gozando en la actualidad de claro prestigio como situación normal. No extraña, por eso, aunque pueda parecer contradictorio, que una pareja de hecho reclame el amparo del derecho, que quiera igualar su situación con los casados: ser «como los otros», según la también conocida expresión de Kierkegaard, que es uno de los modos más típicos de huir de la ansiedad y el descontento, como bien explica la psiquiatría.

Dentro del matrimonio ¿existen diferencias entre contraer un matrimonio civil o un matrimonio religioso?

Primero insistiría en que cualquier auténtico matrimonio válido es ya algo sagrado. De hecho, en prácticamente todas las culturas se ha acentuado esa dimensión sacra. Y es que es muy serio que dos personas decidan amarse de por vida y pongan en juego su capacidad de traer al mundo adecuadamente,como consecuencia directa y natural de su amor, nuevas personas humanas.

Pero eso, conviene aclararlo, es pertinente para todo matrimonio válido, real. Y, para los católicos, que es el caso más frecuente en España hoy por hoy, un matrimonio sólo civil sencillamente no es matrimonio. Es cuestión de coherencia con los propios principios. No es lógico llamarse católico y no actuar como tal. Ni la fe ni la gracia son «complementos» de quita y pon.

Además, el matrimonio-sacramento lleva consigo unas gracias especiales que facilitan grandemente el amor mutuo y ayudan a superar los momentos malos que existen incluso en las parejas mejor avenidas.

Ante el matrimonio, ¿cómo yo me puedo comprometer a algo para toda la vida, si no sé qué cosas pueden pasarme, o si elijo bien a la pareja?

Antes que nada, diría que para eso esta el noviazgo, una «institución», por llamarla de algún modo, muy desprestigiada en nuestros días. Es un período imprescindible, que ofrece la oportunidad de conocer al otro y darme a conocer a él, seriamente, de modo que sí puedo empezar a vislumbrar cómo será la vida en común.

Añadiría que ningún ser humano, en ningún ámbito de su vida, puede saber lo que le deparará el futuro. Eso sería jugar al «superhombre», a ser «como dioses». Toda decisión respecto al porvenir implica un cierto riesgo, que incrementa su carácter de aventura y que uno afronta con ese espíritu deportivo, audaz y un tanto arriesgado, si es que tiene un mínimo de agallas. El ejemplo más claro son tal vez los buenos empresarios.

Después, y esto no es en absoluto una salida de tono, si soy como debo ya sé bastante de lo que va a pasar cuando me case: sé, en concreto, que voy a poner toda la carne en el asador para amar a la otra persona y procurar hacerla muy feliz. Y si ese propósito es serio y conozco mínimamente al otro, será compartido por él o ella: el amor llama al amor. Podemos, por tanto, tener la certeza de que vamos a intentarlo por todos los medios. Y entonces no es nada fácil que el matrimonio fracase.

La clave está siempre en uno mismo, en la disposición firme de amar sin componendas. Si es sincera, suele contagiar al otro.

Ante estos interrogantes, ¿cuánto hay que pensárselo?

No creo que la pregunta clave sea el «cuánto». Eso depende de muchas circunstancias. No es lo mismo un noviazgo a los 16 años que a los 25 o a los 32: hay más madurez en los últimos casos y más capacidad para conocer con mayor celeridad al otro.

Pero, lo importante son más bien los rasgos que tengo que tener en cuenta. Por ejemplo, si «me veo» viviendo durante el resto de mis días con esa persona; también, y antes, cómo actúa en su trabajo, en las relaciones con su familia, con los amigos; si sabe controlar sus impulsos sexuales (pues nadie me asegura que sea capaz de hacerlo, si no, cuando estemos casados y se encapriche con otro u otra); si me gustaría que mis hijos se parecieran a él o a ella, porque de hecho se van a parecer, lo quiera o no; si lo «veo» como el padre o madre adecuado para mis hijos; si sabe estar más pendiente de mi bien (y del suyo) que de sus caprichos.

En definitiva, atender más a lo que es; después, a lo que efectivamente hace, a cómo se comporta (no solo con uno, sino sobre todo, según acabo de apuntar, en las restantes esferas de su actividad: en la familia, en el trabajo, en su vida social, con los amigos, en el trato con Dios); y en tercer lugar, a lo que dice o promete, que sólo tendrá valor cuando concuerde con lo que es y con su conducta.

Fuente: Almudi.org

domingo, 23 de mayo de 2010

Conyugalia: Ante separaciones precoces: Cómo no perder el Norte

Ante separaciones precoces: Cómo no perder el Norte

Escrito por Luz Edwards
Martes, 10 de Noviembre de 2009

Ser felices en el matrimonio no es un derecho ni algo que ocurre por arte de magia. Aquí algunas ideas que hay que tener en claro para que se vuelva realidad el “Y fueron felices para siempre”.

“El matrimonio es un encuentro de dos almas, un abrazo de dos historias, de dos presentes” No puede haber algo más lindo y grande que eso”, dice Mercedes Larraín, consejera matrimonial de la fundación Familia Unida. Sin embargo, hoy no se habla de ese lado del matrimonio, sino de lo negativo: la pérdida de libertad, la carga económica que son los hijos, lo difícil de conciliar el trabajo con la familia, etc. “Los recién casados deben estar conscientes de estos mensajes y hacerles frente. Deben luchar por descubrir lo luminoso del matrimonio, la riqueza infinita que significa unirse a otro para compartir la vida”, dice Mercedes.

Esta búsqueda de lo bello del matrimonio no puede acabarse una vez casados. Hombre y mujer deben ser conscientes de que el matrimonio no es la meta final del pololeo, sino un paso más en el proceso de crecimiento en conjunto, conocimiento y aceptación del otro.

Cortar el cordón umbilical

El matrimonio en cada época ha tenido “enemigos”. Hoy en día, también, y conocerlos es el primer paso para vencer. Uno, es la inmadurez con que se presentan muchos esposos al altar. Son personas que llegaron a la edad adulta sin haber conquistado el principal desafío de la adolescencia, que es independizarse afectiva y económicamente de los padres. Entonces, llegado el fin de semana, él o ella quiere estar todo el día en la casa de los papás o no puede tomar decisiones con las cuales sus padres no estén de acuerdo.

Al respecto, la consejera de Familia Unida da algunos consejos: recordar que en el matrimonio sólo bastan dos miradas, la del marido y de la mujer; hablar con esos padres y decirles de manera cariñosa, pero directa, que les permitan ser una pareja independiente; y no ser cómodos: muchas veces este seguir pegados a los papás se debe a un miedo a estar solos como matrimonio.
Que lo mío no atente contra lo nuestro

Otro “enemigo” es la visión equivocada de conceptos como la vida propia y el desarrollarse como persona. Es importante que cada uno tenga un proyecto personal, actividades independientes del otro que lo motiven. Pero esto jamás puede ir en contra del proyecto común o de la felicidad del otro cónyuge.

Entonces, el trabajo, los deportes, las juntas con los amigos...: hay que conversar cuánto y en qué momentos, llegar a acuerdos para que la vida propia de cada uno enriquezca el matrimonio y no lo ponga en riesgo. Estas conversaciones deben ser muy sinceras y confiando en que el otro va a saber entender.

En Familia Unida les tocan muchos casos donde la mujer o el marido se comportan de una manera determinada no por mala voluntad, sino porque nunca nadie les había dicho que las cosas podían ser de otro modo o que con esa actitud podían hacer sufrir a la persona que aman.

Con apertura deben también ir moldeando un proyecto común, que ojalá haya comenzado a delinearse en la época del noviazgo. ¿Qué se espera del matrimonio? ¿Qué tipo de padres se quiere llegar a ser? ¿Qué ambiente se buscará que exista dentro del hogar? ¿Qué espera cada uno del otro? Son respuestas que hay que conversar y que irán tejiendo un mundo de los dos. Esto es algo que debe hacerse de manera consciente, pues si no se corre el riesgo de seguir siendo dos solteros, pero bajo un mismo techo, que se encuentran como amantes, pero no como compañeros de vida. Marido y mujer deben verse a sí mismos como un equipo en el que los dos son titulares. Ninguno es suplente.

¡Paciencia!

Un tercer aspecto propio de los tiempos actuales que hay que saber controlar es el racionalismo y el culto a la instantaneidad. “Hoy vemos todo como causa y efecto. De esa manera tratamos de explicar lo que pasa y de controlar lo que viene. Pero en el matrimonio no todo es lineal y, pretender que lo sea, es negarse a lo natural, a lo espontáneo”, dice Mercedes Larraín.

El primer gran ejemplo de esto es que no por casarse se va a ser obligatoriamente feliz. Al llegar al altar no se conquista un pretendido derecho a la felicidad, sino el compromiso de hacer feliz al otro. Y si se logra ser feliz, lo más probable es que sea a través de un matrimonio muy distinto al planeado en la mente de cada uno de los esposos. Entonces, en vez de preocuparse de qué hacer para que todo salga bien, cada matrimonio debe enfocarse a encontrar su propia forma de amarse y de estar en este mundo. No hay felicidad posible si se piensa en el bien propio. El egoísmo y el amor son incompatibles. La vivencia de ese proceso es el que día a día les dará felicidad y la calma para esperar los resultados.

Saber que se puede

“Tienes que estar seguro de que tu matrimonio puede ser una aventura apasionante. Tienes que estar seguro de que tú y él, tú y ella, ¡así como sois!, podéis vivirla “ ¿Qué va a poder contigo el ambiente si te decides a dar tu propio estilo allí donde te encuentras”, dice el orientador Antonio Vázquez al comienzo de su libro “Matrimonio para un tiempo nuevo”.

Mercedes Larraín piensa en la misma línea: para ella, quien quiera tener un matrimonio feliz, lo tendrá. Y asegura que, a pesar del culto a lo desechable que ronda en la sociedad, el ser humano sigue siendo el mismo y, como siempre, tiende a la belleza, la bondad y la verdad. Más aún: el verdadero amor quiere ser eterno. “El mundo está lleno de cosas feas y uno se acostumbra a eso. Pero cuando vemos una flor, nos emocionamos y sabemos distinguir su belleza. Lo mismo pasa con el matrimonio. Encontrar a un compañero de vida y estar con él para siempre es una ilusión que el hombre lleva impresa en su corazón”, asegura Mercedes.

Primer requisito

El camino del matrimonio comienza por conocerse a uno mismo y reconocer las propias falencias. El egoísmo, el mal carácter o la inmadurez no son determinantes de un matrimonio infeliz, pero sí aspectos que es necesario mejorar. Para ello es necesaria mucha humildad y, en algunos casos, la ayuda de un tercero.

Foccus:

Los temas que hay que conversar ANTES DE

¿Cómo hacer feliz a alguien que no se conoce? La respuesta es obvia: IMPOSIBLE. Para ayudar a los matrimonios en esta tarea hace unos años se creó en Estados Unidos el cuestionario FOCCUS, Facilitating Open Couple Communication, Understanding and Study. Son 156 preguntas que cada novio responde por separado. Los resultados se analizan con la ayuda de una persona capacitada que los ayudará a distinguir posibles conflictos y soluciones.

FOCCUS en ningún caso es un predictor del éxito o fracaso del matrimonio. Sólo propicia una instancia donde se conversen temas que debieran haberse tratado de forma natural. Por ejemplo: Metas de la vida matrimonial. Intereses y amistades. Cómo resolver problemas. Religión y valores. Administración de finanzas.

FOCCUS es utilizado en muchos países del mundo por quienes preparan a matrimonios católicos y también de otras religiones. En Chile, ha sido implementado por la fundación Familia Unida. Más información en www.familiaunida.cl

Manos a la obra

Sabiendo que se puede tener un matrimonio feliz, algunos consejos:

* ¿Mi cónyuge es feliz? Hacerse esta pregunta permite recordar que el foco está en el otro y ayuda a reconocer a tiempo los aspectos en que puede mejorar la relación.

* No angustiarse ni paralizarse cuando hay problemas, sino buscar las herramientas que todo matrimonio posee para resolverlos.

* Es clave “hacerse querible", es decir, facilitar al otro para que te pueda querer más y mejor.

* Vivir el matrimonio de forma asertiva y no a la defensiva. Las mujeres, sobre todo, tienden a desconfiar o a dar segundas lecturas melodramáticas. Es necesario ser sincero sin atacar al otro y sin miedo.

* A mayor confianza en el matrimonio, mayor debe ser el respeto y la valoración de la entrega del otro. Para eso hay que renovar cada día la elección del otro como la persona más importante del mundo.

* No sentirse culpable por no gustar de TODAS las características del otro.

* Usar la inteligencia no sólo en el trabajo, sino también en la casa. Con ella se distingue lo malo de lo bueno, la manera correcta de actuar.

* Cada uno debe intentar sacar lo mejor del otro, pero respetando su esencia y su derecho a ser él mismo.